Para el hombre, el día es el tiempo de la independencia, de la acción, mientras que la noche es el tiempo de la sumisión, de la pasividad involuntaria. El camino del justo es como la aurora, ese momento en el que el día despunta más y más hasta que cobra su total esplendor.
La oración de la mañana se sitúa bajo el signo de la gratitud por habernos liberado de la nocturnidad, porque rejuvenece nuestra alma y a su vez rejuvenece nuestro cuerpo. La gratuidad y la gratitud se hacen fundamentales en nuestra plegaria matutina y la fidelidad que pedimos a Dios es fundamental en la oración de la noche, pues son las horas de la sobriedad y de la tranquilidad.
Para la Cábala, el día se divide en dos partes, el del sacrificio de la mañana y el de la tarde, que ahora se han convertido en los tiempos de la oración. Son las horas del reino, del amor de Dios, que llena la vida del hombre y lo colma de fortaleza y libertad para que a través de su conducta moral sea imagen perfecta de Dios. La oración del mediodía, llamada “Min´ha”, tiene también su carácter propio, y para su comprensión es bueno recordar a los Patriarcas.
Según la tradición hebrea, Abraham instituyó la oración de la mañana, Isaac la del mediodía y Jacob la de la tarde. La vocación de Abraham fue como una luz que iba apareciendo, aumentando y disminuyendo, enriquecido con toda clase de bendiciones. Abraham solo tiene que enfrentarse a un mundo egoísta, ya que él, cómo uno y único, no solo es objeto de la envidia y de la enemistad, sino que a su vez es venerado como “el príncipe de Dios”.
La vocación de Isaac aparece ya menguada en el mundo, el sol que había brillado sobre la cabeza de su padre ha rebasado ya el cenit. Caminante solitario, aunque bendecido por Dios, Isaac no encuentra entre sus contemporáneos más que envidia. Y su único refugio lo encontrará en sí mismo y en su familia. Desde su nacimiento le acompaña la profecía: “Tu descendencia será extranjera”.
El destino de Jacob será el de las sombras de la noche; su vida no es más que una cadena de dolorosas pruebas y el gozo de la vida le sonreirá raramente y siempre por poco tiempo.
Sin embargo, los tres patriarcas sabrán encontrar en la oración el camino hacia Dios, a pesar de todas sus vicisitudes. De esta manera, también nosotros podemos elevarnos hacia Dios; rezando al rayar el alba, al declinar el sol, y en la noche, que nos invita a refugiarnos en Dios.
Un midrash nos cuenta que cuando Dios hizo el mundo por amor, planeó que todo fuera justo, y por consiguiente, lo iba a gobernar con justicia. Pero cuando vio que la humanidad no podía mantenerse a este nivel, creó la misericordia que asoció a la justicia.
El amor, la justicia y la misericordia son las tres estrellas que iluminan la vida de los israelitas todos los días. Son ellas las que atraen nuestra mirada hacia el cielo: en una profunda y alegre gratitud por la mañana, en un austero examen de conciencia al mediodía y en una inquebrantable confianza en la tarde.