De las Iglesias de Oriente y particularmente de la Iglesia Ortodoxa Rusa proviene una forma de oración que alcanza gran profundidad, se trata de la Oración a Jesús, también conocida como “Oración del corazón”. El origen de esta oración se remonta a los tiempos de los Santos Apóstoles, que nos exhortaban a orar ininterrumpidamente: «Orad sin cesar” (1T 5,17); «Orando en todo tiempo, con toda oración y súplica en el Espíritu” (Ef 6,18), pues así lo había recomendado el mismo Señor: «Velad y orad en todo momento» (Lc 21,36).
Esta oración consiste básicamente en una continua invocación del Nombre de Jesús, de ahí su denominación (oración de Jesús, oración a Jesús), cuya fuerza está en lo que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Quienquiera que invoque el Nombre de Jesús se salvará» (2,21). En el contexto bíblico, el nombre quiere decir lo mismo que la propia persona. El Nombre de Jesús salva, cura, aleja y vence a los espíritus impuros, purificando el corazón.
En la práctica, esta forma de oración consiste en repetir incesantemente la fórmula: «Señor Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí, que soy un pecador» (Lc 18, 38). Es el grito del ciego de Jericó, que implora a Jesús la curación; es la oración del publicano de la parábola, que repetía desde lejos en el templo: «Dios mío, ten compasión de mí, que soy pecador» (Lc 18,13). Es también el “Kyrie eleison” —Señor, ten piedad— de la liturgia. Las palabras de esta fórmula pueden variar, pero es recomendable atenerse a una fija y breve. La oración sencilla de un niño, siempre, conmueve y enternece el corazón del Padre. Una sola frase le bastó al hijo pródigo o al publicano para obtener el perdón de Dios. Solo una palabra llena de fe, despertó la misericordia de Dios y salvó al buen ladrón.
Es conveniente, para buscar el silencio de espíritu, intentar evitar todos los pensamientos, incluso los que parecen buenos; mientras repetimos en lo más profundo de nuestro corazón las palabras «Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí”. La oración se puede realizar de pie, sentado o incluso acostado, invocando al Señor Jesús, con ferviente deseo y con paciencia expectante, abandonando todo pensamiento.
En este tipo de oración el corazón posee una nueva dimensión espiritual. Cuando la oración de Jesús, se transforma en oración del corazón, su primer efecto es la iluminación. Los «ojos del corazón» deben, por tanto, abrirse a la luz divina. Así el corazón, queda iluminado y con él todo el ser. Esta iluminación proviene exclusivamente de la gracia, de la acción del Espíritu Santo y, desde luego, tras un arduo trabajo y espera, ya que al encontrarse el corazón también bajo el dominio del pecado y de las tinieblas, es preciso con frecuencia hacer frente a esa oscuridad inicial mediante el arrepentimiento y la penitencia.
La gracia hace reconocer al hombre su pecado, se lo pone ante sus ojos y lo mueve a que se juzgue a sí mismo. Después, poco a poco, esta gracia va transformando a cada persona en un ser atento y lleno de ternura, en el momento de la oración. El Creador va obrando la «restauración» del mismo modo que lo hace en la «creación»: una vez que corazón y cuerpo constituyen una unidad total, se sumergen en Dios, para permanecer en Él. Por eso los efectos de la oración del corazón se dejan sentir en toda la persona, tanto en el cuerpo como en el alma. Si el corazón (la raíz) es santo, todas las ramas lo serán también, penetrando la gracia en todos los miembros del cuerpo: «Si tu ojo (tu corazón) está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mt 6,22). Esta luz pura, que transfigura el cuerpo, no es más que una anticipación de la Resurrección.
Esto decía Teófanes el recluso o el eremita (Gueórgui Vasílievich, un obispo oriental del siglo XIX, que se retiró a un eremitorio y alcanzó la santidad, canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa a finales del siglo pasado):
Cómo encender en el corazón una llama continua
Os explicaré cómo encender en vuestro corazón un continuo hogar de calor. Recordad cómo se puede producir el calor en el mundo físico: se frotan dos trozos de madera uno contra otro y el calor viene, luego el fuego; o bien se expone un objeto al sol: se calienta, y se concentran suficientemente los rayos sobre él, terminará por inflamarse. De la misma manera se produce el calor espiritual. La fricción necesaria es la lucha y la tensión de la vida ascética; la exposición a los rayos del sol es la oración interior hecha a Dios.
El esfuerzo ascético por sí solo no inflama fácilmente el corazón, pues hay muchos obstáculos que cierran el camino. Los hombres experimentados en la vida espiritual descubrieron un medio de calentar el corazón: es la oración interior que dirigimos, de todo corazón, a nuestro Señor y Salvador.
He aquí cómo se la debe practicar: permaneced con vuestro intelecto y vuestra atención en el corazón, persuadidos de que el Señor está cerca y os escucha, y suplicadle con fervor : «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador». Haz esto constantemente, ya sea cuando estéis en la iglesia, en casa, en viaje, en el trabajo, en la mesa o en el lecho, en una palabra, desde el momento en que abrís los ojos hasta que los cerréis para dormir. Será exactamente como si mantuvierais una conversación, un objeto bajo el sol, pues se trata de manteneros vosotros mismos ante la faz del Señor que es el sol del mundo espiritual.
Al principio deberéis fijar un momento bien determinado, por la mañana o la tarde, para consagrarlo exclusivamente a esta oración, por ejemplo, dedicando quince minutos todos los días a esto en la oración de la mañana. Luego descubriréis que la oración comienza a dar su fruto, se apodera de vuestro corazón y se arraigará profundamente en él. Cuando todo esto se hace con celo, sin negligencia ni omisión, el Señor mira a su servidor con misericordia y enciende un fuego en su corazón; ese fuego demuestra con certeza que la vida espiritual se ha despertado en lo más secreto de vuestro ser y que el Señor reina en vosotros.
Ese calor constante de la oración es la verdadera respiración de esta vida, de tal modo que el progreso en nuestro peregrinaje espiritual se detiene cuando se extingue ese calor interior, igual que la vida del cuerpo se extingue cuando cesa la respiración natural.
1 comentario
Afectuoso saludo, gracias por estos artículos que nos ayudan en nuestro caminar espiritual.