Después de que Jesús había saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entre tanto, unas barcas de Tiberiades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”. Jesús les contestó: “En verdad, en verdad os digo: me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará la el Hijo del Hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: “Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”. Respondió Jesús: “La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado” (San Juan 6, 22-29).
COMENTARIO
No es necesario precisar ideas o deslindar situaciones que redundan en la negación vital de Dios. Llámese ateísmo, agnosticismo, indiferentismo, idolatría, increencia, escepticismo, gnosis, materialismo, tecnohumanismo, relativismo, subjetivismo, cientificismo, alienación, existencialismo, instánteismo, evolucionismo, etc… o incluso religiosidad, herejía, tradición, moral, sugestión, ignorancia, ideología o naturalismo; hay, por así decir, 99 maneras de desconocer a Dios, mientras no hay nada más que una para reconocerlo.
Acabamos de celebrar la Pascua del Señor, pero puede que la nuestra esté pendiente. Y, en ayuda nuestra, la Iglesia nos propone este pasaje definitivo para nuestra conversión, porque se trata de nuestra completa conversión, de nuestra “reversión” si se permite la palabra. Porque estamos equivocados de medio a medio.
Empecemos por el final. Ellos, los que estaban impactados como nosotros, en el mejor de los casos interpelados por los signos, nos atormentamos con la pregunta “¿qué tenemos que hacer?”, dando por sentado que “algo” tendremos que hacer; va contra toda lógica que obtengamos algo sin hacer “nada”.
Y como somos hipócritas religiosos, aunque el Señor nos ha “calado” y sabe que al Verdadero en nuestro corazón no lo hemos acogido -“no lo conocéis”(Jn 7 28) – osamos interesarnos por las obras de Dios. Traducida al lenguaje de la calle, la pregunta que le hacemos al Señor es, mas o menos; ¿Que podemos hacer por ti? o ¿cómo podríamos colaborar con tu causa? . Damos, así a entender tres cosas muy importantes: a) Tenemos la mejor intención sobre Ti, b) Intuimos que Dios y Tu tenéis alguna conexión, y c) ¿Que quiere Dios de nosotros, ahora?, porque sólo a Él queríamos servir. De ahí que, con toda corrección, formulemos la pregunta: ¿”Que tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”
Una vez más, el Señor no desmonta la pregunta, que encierra y acumula infinidad de insidias. No. Se atiene a afirmar la verdad, sea cual fuere la recóndita doblez que se ocultara en nuestra pregunta.
De entrada, corrige el plural por un singular, que condensa la veracidad del Veraz. No hay “obras de Dios” sino “la obra de Dios”. No os engañéis; no hay activismo que fomentar ni precepto que añadir a vuestra recargada y complejísima ley.
La obra de Dios ya está hecha: “Yo soy”, soy Yo.
No os tenéis que cansar, inútilmente, en hacer lo que Él ha hecho ya. No tenéis que hacer nada, porque “todo está cumplido” con mi envío a vosotros. En vuestras manos sólo hay una cosa, desde la creación; la libertad. En vuestra libertad podéis aceptarme o rechazarme como “Su enviado”. La, en singular, obra de Dios (no vuestra) es que (ya es un hecho) creáis en Mí, que soy el que Él ha enviado (sellado).
Eso es todo. Todo lo que tenemos que hacer (pelagianistas, semipelagianistas, partidarios del esfuerzo y del compromiso, pseudo ascetas y pseudo místicos) es creer en Jesucristo como enviado del Padre, dando en él, con él y por él toda la gloria a Dios. Tal vez todo eso se resuma en una palabra: Gracias. Y toda esa obra, por la que nos interesamos, se llama Eucaristía.
Porque el Padre os regala al Hijo, y yo por mi parte os invito a “trabajad… por el alimento que perdura para la vida eterna”.
Da igual que hayas visto signos o no, puede que no estés entre los discípulos que me han visto caminar sobre las aguas, no importa ahora que hayas participado en la saciedad – después de la acción de gracias – de los 5000 o no. Comprendo tu desconcierto al comprobar que has encontrado la barca (la Iglesia) vacía. Entiendo perfectamente tu desazón y desmoralización cuando, en tu búsqueda, has comprobado que los discípulos no me habían seguido. Nada importa que te hayas quedado en la otra orilla desamparado. No es por azar que otras barcas hayan arribado a Tiberíades. Me alegro de que me busquéis pese a todos los desengaños y os hayáis embarcado y puesto rumbo a Cafarnaún, porque sabíais donde era más probable encontrarme. No os preocupe el cómo haya cruzado yo el lago o cuando he llagado aquí…Todo eso es accesorio, instrumental. La obra de Dios es tan simple y eficaz que puede llegar a todos: reconocedme como el enviado del Único y Yo os abro la vida eterna.