Los colegios católicos acumulan un haber histórico positivo, que hace de ellos un referente de la educación de amplios sectores de la sociedad. Tanto en la sociedad cristiana en general desde el siglo XVII como en la mente de todos se encuentran los institutos religiosos, órdenes y congregaciones, y sociedades de vida apostólica que han tenido hasta hoy, por carisma orientador, la formación cristiana de la juventud. Sin embargo, todas ellos acumulan una herencia que ha comenzado a hacer crisis profunda.
La crisis viene provocada, en cierta medida, por la carencia de vocaciones que estos institutos religiosos tienen en la actualidad. Pero no todo es atribuible a la ausencia de vocaciones religiosas continuadoras de la labor de las generaciones precedentes. La crisis de la escuela católica tiene que ver esencialmente con la misma crisis actual que atravesamos y que nos envuelve como una atmósfera cultural: una sociedad posmoderna del tercer milenio, descristianizada y secularizadora, cuya globalización amenaza la propia catolicidad de la Iglesia.
Este es el hecho: en Occidente nos encontramos ante una situación de secularización, crisis e incluso aborrecimiento de la fe, apostasía generalizada y anticlericalismo, que ha calado también en los “centros católicos”. El origen de esta crisis educativa es la crisis de fe que azota al viejo continente; el descalabro de las órdenes religiosas, muchas al borde de la extinción; los seminarios diocesanos, antaño rebosantes de vocaciones, y hoy muchos de ellos vacíos; numerosas parroquias, centros de una vida laical activa, actualmente envejecidas, sin relevo generacional, algunas incluso con amenaza de cierre por falta de fieles y clero que las atiendan. Y el futuro no es más alentador.
En el discurso a la asamblea diocesana de Roma (11 de junio de 2007) el papa Benedicto XVI habló de una “emergencia educativa”. Insistió en una carta con fecha de 21 de enero de 2008, y en un discurso dirigido a los obispos italianos el 28 de mayo de 2009. La conferencia episcopal italiana reaccionó haciendo el propósito de dedicar una década (2010-2020) al tema de la educación. Podríamos seguir enumerando los documentos eclesiales, pero en el presente artículo nos ceñiremos estrictamente a lo que ocurre a este respecto en España.
¿catolicismo existencial o catolicismo cultural?
En el año 2007 asistimos a un momento crítico de esta misma “emergencia educativa”. Este acontecimiento ha establecido un punto cero que determina un antes y un después en la educación religiosa de este país. Nos referimos a la crisis suscitada por la asignatura “Educación para la Ciudadanía” (EpC).
La implantación de esta materia supuso un choque entre las concepciones “aggiornadas” de numerosas congregaciones religiosas de nuestro país frente a la postura de la Conferencia Episcopal Española. La FERE hizo bloque para tolerar EpC frente a la intransigencia de la propia Conferencia Episcopal. Los resultados de esta tensión son bien conocidos. Sin embargo, la objeción de conciencia no ha sido siempre respetada en los centros católicos donde la asignatura se imparte. Aunque se prometió a los padres que la asignatura sería impartida more católico, no ha sucedido así en muchos casos, por decirlo del modo más indulgente posible. Los manuales de EpC revelan la carga ideológica anti-católica de la asignatura, y la infiltración ya avanzada de esta ideología en el tejido eclesial.
El mencionado problema lleva larvándose desde el post-concilio, a raíz de una aplicación extrínseca, rupturista y progre, del Concilio Vaticano II. Las crisis vocacionales de las congregaciones y órdenes (mayores y menores), derivadas de aquella crisis institucional sólo han agravado la situación presente. De aquellos polvos proceden estos lodos. La falta de frailes, monjas, laicos terciarios, militantes o simpatizantes, lleva a estos centros a contratar profesores que sólo son católicos culturales, o católicos sociológicos, en el mejor de los casos.
Esto provoca que los claustros se conformen por una identidad católica muy desdibujada, que manifiesta más bien la mentalidad ambiente de la sociedad secularizada y descristianizada: un humanismo liberatorio difuso, un moralismo voluntarista basado en la educación en valores y el compromiso, acaso un relativismo multiculturalista y posmoderno. En no pocos casos, esta mentalidad alcanza los puestos directivos o se fomenta desde esos mismos puestos de dirección, vaciando de autenticidad la educación católica genuina del centro.
Los maestros y maestras de vida consagrada van disminuyendo su presencia en sus propios centros y aumentan los maestros laicos hasta convertirse en mayoría más que absoluta en casi todos los establecimientos de enseñanza. Cambia, pues, el status y la configuración formal de las motivaciones de los educadores: la identidad del laico no incluye la consagración, sino la secularidad, es decir, su orientación vocacional a la familia, al trabajo y a lo temporal.
Lo que ha cambiado de hecho, en más situaciones de las que los propios responsables hubieran deseado, ha sido el mismo proyecto original. Este se ha ido «descafeinando», acomodándose a «lo posible» y, pasando de ser la intención de una educación alternativa a ser una educación suplementaria. La pregunta que nos podemos hacer ante este panorama se puede formular en estos términos: ¿Es compatible lo sustancial del proyecto original de estas escuelas con la transformación radical del grupo humano docente?
cierto tufillo a neopaganismo
Reconozcámoslo abiertamente: nos han cambiado el agua. Si un cocinero toma un pollo y lo cuece en agua, ¿qué obtendrá? Caldo de pollo, sin duda. Si ese mismo cocinero coge un pescado y lo cuece en agua, ¿qué obtendrá? Caldo de pescado. Pero si toma el pollo y lo cuece en el caldo de pescado, ¿qué sabor tendrá el pollo? Evidentemente el pollo sabrá a pescado. Eso ha pasado: nos han cambiado el agua. La cristiandad tradicional ha desaparecido y el entorno que lo ha suplantado es un ambiente secularizado, descristianizado, anti-católico.
Los cristianos, en este contexto, ya no tienen sabor a cristiano. Saben a neopaganos, a krausistas, a ireneístas, a protestantes… Un profesor mío nos decía en la universidad: “Hay que influir o ser influido. No hay término medio. No influir supone dejar que te influyan”. Siempre me acordaré de aquella historia verídica que contaba de un muchacho cuya familia había tenido que emigrar desde La Coruña a Buenos Aires en la década de los 50. Le escolarizaron en un colegio de Río de la Plata. La inmersión lingüística era máxima, tanto más por lo pegadizo y sugerente que resulta el acento porteño. Pues bien: a aquel niño no sólo no se le pegó el acento argentino, sino que toda su clase acabó hablando español con acento gallego. Si non é vero, e ben trovato…
Lo que sin embargo resulta inverosímil es el alto grado de secularización avanzada que sufre la escuela católica. Inverosímil, pero verdadero de toda verdad. La escuela católica ha quedado permeada, empapada por esta mentalidad dominante como una esponja sumergida en un tonel de agua, si es que la situación no es aún más grave. Entonces. la metáfora adecuada sería la de un terrón de azúcar que se disuelve lentamente en un vaso de agua tibia.
Por otro lado, los antiguos colegios, dada la competitividad y el descenso de natalidad, han tenido que acogerse al “concierto” para sobrevivir como empresa económica, lo que supone una tensión añadida y una indefensión en algunos casos frente al mangoneo del poder. Aunque tal vez ocurra lo contrario: que los directores tomen el concierto como excusa para edulcorar adrede la catolicidad del centro e implantar una secularización progresiva allí donde la secularización revolucionaria no fue posible. De esta manera, se nada y se guarda la ropa, sirviendo a dos señores sin que ninguno se ofenda ni tome represalias.
Además los colegios católicos caen bajo el chantaje de los controles de calidad, las auditorías externas, las encuestas de satisfacción del cliente, tan propios del nuevo orden educativo iniciado desde la LOGSE y que ha alcanzado a la propia universidad con el Plan Bolonia y el Espacio de Educación Europeo. La tragedia de la escuela católica consiste en haber querido y seguir queriendo contemporizar, bien por ser «concertada» (lo cual significa seguir al dictado lo que mande el «comisario político» de la Inspección Educativa), o bien por ser «privada», pero cayendo en el posibilismo y el prurito de «estar al día». La escuela católica se ha empapado de las tonterías de los nefastos pedagogos del buenismo antropológico, de los vesánicos psicologeros y del optimismo progresista, olvidando a sus eminentes cimas pedagógicas, incluso traicionando, en algunos casos, el carisma de los fundadores de escuelas católicas.
Como vemos, esta crisis está más allá de los posicionamientos prosotana-antisotana, educación diferenciada o mixta, que son cuestiones casi irrelevantes en comparación con el problema histórico en curso.
formar en la fe y la verdad, una urgencia educativa
Dejando a un lado el colaboracionismo de la FERE y algunas congregaciones y órdenes religiosas respecto de EpC, esta situación ha supuesto la ocasión de tomar conciencia del problema fundamental de fondo. De esta reflexión surgieron entonces diversas iniciativas desde otras partes del pueblo cristiano. Fundación Tertio Millenio, Fundación Educatio Servanda, Asociación Kyrios y muchas otras asociaciones educativas pretenden salvaguardar la identidad católica de la educación creando centros de nuevo cuño.
Los movimientos generan por su propio dinamismo instituciones que son fruto de su educación en la fe. Tal es el caso de Schoenstatt (Colegio Monte Tabor) y Comunión y Liberación (Colegio Internacional Newman, Kolbe). Regnum Christi, pese a las dificultades de su purificación interna, afianza el prestigio de sus numerosos centros. Los propagandistas (ACdP) siguen consolidando su presencia siempre meritoria en la labor educativa como dimensión pública de la fe. Las obras personales del Opus Dei prosiguen extendiéndose por España. Proliferan también las cooperativas de padres católicos como iniciativas civiles, tales como la cooperativa de padres Siloé.
Tras el Vaticano II, hubo en la Iglesia una renovación litúrgica, una renovación teológica y pastoral, una renovación incluso de las realidades eclesiales. ¿Faltaba la correspondiente renovación educativa? ¿Podemos decir que los tiempos están ya maduros y que esta renovación ha comenzado?
El Concilio también debe renovar la escuela católica, sanándola desde la raíz. Hace falta que la Nueva Evangelización genere un cuerpo educativo nuevo, un pueblo escatológico que ilumine la Escuela con una nueva estética, con una pastoral acorde a la sociedad descristianizada y secularizada del Tercer Milenio, con una pastoral evangelizadora que se dirija a los más alejados, y que pueda hacerse cargo de las escuelas católicas de antigua fundación, sin vocaciones ni profesores católicos, que no se resignan, sin embargo, a ver sus queridas obras a merced de una secularización definitiva.
Se necesitan escuelas cuyos maestros sean gestados en la fe por la Iglesia, como el antiguo carisma del didáscalo o los pedagogos de la Iglesia primitiva surgían de las aguas del Bautismo y no de una planificación docente o un programa de calidad pedagógica. Esta crisis epocal reclama un magisterio nuevo que no puede suscitarse en ninguna universidad, en ninguna facultad ni estrategia didáctica, sino que sólo puede surgir, por gracia, de la propia iniciación cristiana en el encuentro con Jesucristo a través del Espíritu Santo.
Se requieren profesores cuyo ministerio de la enseñanza esté sostenido por la oración de la comunidad cristiana, y que en esos mismos colegios se traslade este espíritu de pequeña comunidad. Estas comunidades de maestros en sus propios barrios serían auténticos misioneros que evangelizarían ad gentes, porque sus colegios tal vez sean la única implantación eclesiástica de ese barrio, de esa ciudad, de esa región, tal vez de ese país.
Los colegios son uno de esos “nuevos Aerópagos” de los que habló Juan Pablo II, donde la comunidad cristiana debe realizar el anuncio del Kerygma, que llama a la conversión y a instaurar caminos de iniciación cristiana, donde se redescubren las riquezas del Bautismo, a través de la formación permanente y el salto cultural de la fe.
Acabamos de asistir a la creación del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Así lo declaraba el propio Benedicto XVI el 28 de junio de 2010 en la Basílica de San Pablo Extramuros durante las vísperas de los santos Pedro y Pablo: “He decidido crear un nuevo organismo, en la forma de ‘Consejo Pontificio’, con la tarea principal de promover una renovada evangelización en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de ‘eclipse del sentido de Dios’, que constituyen un desafío a encontrar los medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo”.
Tendremos que rezar y esperar para que Dios suscite personas, instituciones, nuevos carismas dentro de las nuevas realidades eclesiales, que decidan tomarse en serio el asunto, se pongan manos a las obra y entreguen su vida, como siempre lo ha hecho la Iglesia, a la educación cristiana de niños y jóvenes.
Las soluciones parecen tres: que las realidades eclesiales educativas de antigua fundación recuperen su carisma fundacional; que surjan nuevas realidades eclesiales cuyo carisma sea la enseñanza; o que se promuevan y amparen carismas educativos en las nuevas realidades eclesiales cuya misión última no es la escuela sino la Nueva Evangelización. Quien tenga oídos para oír que oiga.