«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará”». (Mt 10,17-22)
El Hijo de Dios se ha hecho carne y estamos alegres. El cielo ha sido abierto con el envío de Jesús entre nosotros, y nuestra existencia adquiere sentido. Hoy, segundo día de Navidad y festividad de San Esteban, sus palabras –si bien cargadas de verdad y realismo– están llenas de esperanza. Jesucristo es claro y rotundo en sus enseñanzas. No nos oculta en ningún momento que el combate es serio y que acabara en persecución; seguimos a un “fracasado” para los ojos del mundo que no amaso fortuna alguna ni se granjeo la aprobación de los poderosos. Por lo que al discípulo, puesto que no es más que el maestro, le aguardan durísimas pruebas. Sin embargo, ante el escándalo de la Cruz no hemos de tener miedo; Jesucristo ha vencido al mundo y triunfara definitivamente.
Nadie es profeta en su tierra. A veces cuesta menos evangelizar en el otro lado del mundo que hablar del amor de Dios en la propia familia, que no siempre comprende y acepta una opción radical por el Evangelio. Pero a este Niño pequeño que acaba de nacer le acompaña el Padre y el Espíritu; el mismo que asiste a favor del humilde. Cuando uno no se defiende hay alguien por encima que lo hace. Quizá no haya que decir nada; un silencio oportuno habla por sí solo. O puede que unas palabras a tiempo muevan corazones; de eso es Dios quien se encarga. Porque El nunca se olvida de sus hijos.
¿Quién nos separara del amor de Dios? Se puede destruir el cuerpo, pero nunca el alma. Ella es inmortal. Hoy la Navidad apunta a la Pascua. Son días para la contemplación del misterio de Emmanuel (Dios con nosotros) y al mismo tiempo para cuestionarnos sobre como damos testimonio de Cristo, nuestra esperanza. Desde la pequeñez del Niño de Belén se nos anima a resistir hasta el final, porque “el que persevere hasta el final se salvará”.
Victoria Serrano