Lumen fidei, la primera encíclica del Papa Francisco aborda entre otras cosas la relación entre ciencia y fe, señalando no solo su complementariedad sino su enriquecimiento mutuo. Juan Pablo II y Benedicto XVI marcaron un camino en este sentido, como ya se señalara en el Concilio Vaticano II, que conecta con una de las constantes del Magisterio de la Iglesia y que el Papa Francisco en su exhortación Evangelii gaudium no ha hecho más que actualizar.
En el n.º 34 de la Lumen Fidei dice textualmente Francisco: “La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: esta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia”
La luz de la fe unida a la verdad del amor no solo no se inhibe del mundo real, sino que incluso llega a iluminarlo para así permitirnos su mejor comprensión. Esto de que el mundo es inteligible es típicamente cristiano, y no son pocas las autoridades en materia de historia de la ciencia y la civilización que sostienen la existencia de la denominada “matriz cultural cristiana”, que consideran determinante para explicarse el porqué del nivel de desarrollo científico de Occidente frente a Oriente.
la obediencia da fuerza y frutos
Sin duda que a la generación del conocimiento y a su propagación han contribuido y contribuyen de manera importante los miembros de la Compañía de Jesús a la que el Papa Francisco pertenece. Tal vez en parte por ello, resulta curioso que el Papa no sea doctor, como sí lo fue Juan Pablo II y lo es Benedicto XVI. Ser doctor es alcanzar el máximo grado académico posible en una disciplina del saber. Para ello hay que hacer la tesis doctoral, y defenderla públicamente frente a un tribunal académico. Es como un examen oral muy solemne, en el que el doctorando debe demostrar que ha sido capaz de generar conocimiento novedoso utilizando adecuadamente los métodos de la disciplina en la que se vaya a doctorar.
Bueno, pues el papa Francisco estudió Química en su etapa de secundaria técnica, llegando a ejercer de analista de alimentos en un laboratorio —como me indica mi catequista Armando Rubén, biógrafo y conocedor del Papa en sus tiempos mozos, autor del interesante libro Papa Francisco— recibiendo el regalo de la vocación al sacerdocio cuando su madre le tenía convencido para que estudiase Medicina, por lo que acabó licenciándose en Teología, haciéndose jesuita y, cuando iba a doctorarse, sus superiores le encomendaron otras tareas. Con esta actitud ya señalaba algo importante: hay cosas más importantes que hacer que ser doctor en Teología.
Este gesto de obediencia en el entonces joven sacerdote puede leerse como un signo de desinterés por hacer “carrera eclesiástica”, y estar más a lo que hay que estar que es servir. De hecho el Código de Derecho Canónico en su capítulo II dedicado a los obispos, señala que para ser nombrado obispo hace falta reunir una serie de requisitos entre los cuales —en último lugar— se indica como recomendable el ser doctor, aunque lo importante es ser verdaderamente experto en las disciplinas de Teología, Sagrada Escritura o Derecho Canónico. Aunque Francisco fue, eso sí, al igual que Juan Pablo II y Benedicto XVI, profesor, desde 1964 a 1966 de Literatura y Psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe y en el Colegio del Salvador de Buenos Aires, y posteriormente profesor universitario de Teología, tarea que solo pueden desempeñar expertos en la materia, sean o no doctores.
Con anterioridad a asumir el papado, al comentarle un periodista que el tema de la oposición al aborto era una postura religiosa, afirmó: «¡Qué va! La mujer embarazada no lleva en el vientre un cepillo de dientes, tampoco un tumor. La ciencia enseña que desde el momento de la concepción, el nuevo ser tiene todo el código genético. Es impresionante. No es, entonces, una cuestión religiosa, sino claramente moral con base científica, porque estamos en presencia de un ser humano”.
Tal vez no ser doctor sea también profético: en un mundo que idolatra lo científico, nos encontramos a alguien que nos habla de la relación ciencia-amor que se da en Dios del siguiente modo: «¡Ternura! El Señor nos ama con ternura. El Señor conoce esta bella ciencia de las caricias, esta ternura de Dios…». Estas palabras fueron pronunciadas en la fiesta del Sagrado Corazón, el 7 de junio de 2013, en la Domus Sancta Marthae.
camino de paz para nuestro mundo herido
En su exhortación apostólica Evangelii gaudium, el Papa Francisco pone en relación la ciencia y la nueva evangelización. Las ciencias ayudan a la Iglesia a discernir los signos de los tiempos y a expresar su mensaje a la humanidad, de manera que pueda ser escuchado por todos, particularmente por los agentes culturales y científicos. Propone el Papa que la Iglesia tiene derecho a emitir sus opiniones acogiendo los distintos aportes de las ciencias, sin que nadie pueda exigirle relegar el Evangelio al ámbito de lo privado. “La Iglesia, empeñada en la evangelización… promueve el diálogo con el mundo de las culturas y las ciencias”.
En este diálogo, “la evangelización está atenta a los avances científicos para iluminarlos con la luz de la fe… no pretende detener el admirable progreso de las ciencias”. No obstante también advierte de que “…en ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina y se extralimitan… En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una determinada ideología…”. Este asunto sigue siendo un problema que no hace otra cosa que crecer: la ideologización de la ciencia. Lamentablemente es este un auténtico obstáculo para la nueva evangelización de la cultura y la ciencia.
Pero en la apuesta de diálogo entre las ciencias y el Evangelio, cree el Papa que debe surgir un aumento y afianzamiento de la paz, y ha de realizarse en los llamados nuevos areópagos, como el “Atrio de los Gentiles”, donde “creyentes y no creyentes puedan dialogar sobre temas fundamentales de la ética, el arte y la ciencia y sobre la búsqueda de trascendencia… Este es un camino de paz para nuestro mundo herido”.
Sin duda alguna, es una excelente hoja de ruta la que el Papa ha trazado ya para evitar confrontaciones estériles y para animarnos a no desfallecer en la nueva evangelización.