«En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: “Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”». (Lc 21,1-4)
Ayer celebrábamos el último domingo del año litúrgico, la festividad de Cristo Rey, y al igual que cuando acaba el año civil, en todas las cadenas de televisión, los dirigentes políticos, las empresas… es tiempo de hacer balance.
“Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 35) escuchábamos ayer en Evangelio. Y, menos mal, porque si no, a ver quien cuadra las cuentas. Hace un par de domingos se proclamaba este mismo pasaje en su paralelo de Marcos. En la celebración de la Eucaristía, le preguntaba a los niños que qué tal iban de matemáticas y les hice varias preguntas sencillas, para terminar con la más difícil: “¿Qué es más, una moneda de cinco céntimos o un billete de quinientos euros? Como era de esperar los niños optaron rápidamente por el billete, como hubiésemos hecho cualquiera de nosotros, sobre todo si se tratase de una elección “física”. Añadí: “pues, Jesús hubiese suspendido mates”. A algunos niños se les pudo observar un gesto de preocupación y aproveché para contarles la historia de la elección de David, el menos válido a los ojos de su padre para ser rey, pero un hombre según el corazón de Dios, que también pudo descubrir muy pronto en su propia vida que Dios “suspende” matemáticas y así lo expresó en el Salmo 130: “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?”.
Es tiempo de hacer balance, y el Evangelio de hoy es toda una cuenta de resultados. Nos situamos en contexto. Jesús culmina su ministerio en Jerusalén. Tras la entrada triunfal, los fariseos le piden que reprenda a sus discípulos y la respuesta fue “os digo que si callan estos, gritarán las piedras”. Cualquiera que haya peregrinado a la Ciudad Santa puede ver hasta qué punto se ha cumplido esta palabra. “Tierra Santa”, el “Quinto Evangelio”, ¡con qué elocuencia hablan “las piedras” de los santos lugares. Jerusalén, embellecida como una novia (cf. Ap 21,2) que cual virgen necia no supo reconocer la llegada del esposo (cf. Lc 20,44) y qué casualidad que las pocas piedras que quedan del Templo, piedras cuya única misión era custodiar el signo de esta “alianza nupcial” hoy las llamamos “muro de las lamentaciones”.
Y es que, la mirada de Dios no es como la mirada del hombre. Los hombres ven en el templo una oportunidad para hacer negocio, Jesús ve que es casa de oración y expulsa a los mercaderes. Los hombres ven en el templo motivo de orgullo y vanagloria por su arte y su riqueza, Jesús ve que de eso no quedará piedra sobre piedra.
Tenía un amigo, que Dios ha de tener en su Gloria, que estudió la carrera de obras públicas y me contaba la anécdota de su primera obra: un muro de contención de un terraplén. Hizo sus cálculos conforme a sus conocimientos teóricos y cuando dijo a los obreros la cantidad de cemento que tenían que preparar, un obrero no cualificado, pero con experiencia le contestó: “Se va a caer”. Al decir que echasen más, volvió a decirle: “es igual, se va a caer”. Efectivamente a los pocos días, el terraplén se vino abajo.
Pues eso, que había ricos, que seguro llamaban la atención, que echaban grandes cantidades, y los sacerdotes del templo echando cuentas de lo que iban a poder hacer, y construir, y edificar y… Jesús, pensando: “es igual, se va caer”.
¿Y la pobre viuda? Si no tenían que haberla dejado ni tan siquiera hacer la intención de dar nada. “No tomarás en prenda el vestido de la viuda” (Dt 24,17). Dios es “Padre de huérfanos y protector de viudas” (Sal 68). No tenían ninguna obligación. Es más debían estar socialmente protegidas: “Cuando siegues y se te caiga una espiga, no la recojas, déjala para la viuda” (cf. Dt 24,19). Pero no. Los escribas y los sacerdotes “erre que erre”, devorando los pocos bienes de las viudas “so pretexto de largos rezos.” (Algunos deberíamos plantearnos eso que llamamos “estipendios”)
Pero la mirada de Dios no es la mirada del hombre. Dios no sabrá de matemáticas, ni de arquitectura, ni de arte, ni probablemente de teología. Pero sabe algo que nadie sabe: Sabe mirar en lo secreto. Cuando des limosna, en lo secreto… y tu Padre que ve en lo escondido te recompensará (Mt 6,4). Como escondido era el óbolo de esta pobre viuda, ella quizás, por vergüenza, para Dios, expresión de confianza absoluta. Y no quedará sin recompensa, como la viuda de Sarepta.
Si Dios cuida del huérfano y de la viuda, no es solo algo asistencial. Está en su propio ser: Para el huérfano, Dios es PADRE. Para la viuda Cristo es el ESPOSO. Jerusalén, ataviada como una novia ha tenido que cambiar su traje de fiesta en luto porque ha rechazado a su Señor. Pero muy cerca del Arca de la Alianza se encuentra una pobre viuda desvalida, la Iglesia, la Nueva Jerusalén que se ha entregado a sí misma y pone toda su confianza en Dios; a la que Cristo, con una mirada radicalmente distinta le ha quitado el traje de luto y la ha engalanado para desposarse en un Alianza nueva y eterna, para unos cielos nuevos y una tierra nueva, bodas del Cordero y morada de Dios con los hombres, donde no habrá ya muerte, ni luto, ni gritos, ni fatigas; porque el primer mundo ha pasado.(Cf. Ap 21)
Ciertamente, “mi Reino no es de este mundo”… Y este es el balance, y al final había que ponerse apocalípticos.
Pablo Morata