«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”». (Mt 5, 38-42)
Siempre que Jesús dice “habéis oído que se dijo” se está refiriendo a la ley antigua, la Ley de Moisés, que ya era un paso adelante pero no suficiente, pues aunque hacía al hombre reconocerse pecador, le faltaba salvarle.
Cristo viene a través del Sermón de la Montaña, no a traer una ley mucho más perfecta sino a darnos gratuitamente cumplida la ley en Él; dejándonos su Espíritu, para que la acción de Dios en nosotros nos capacite a hacer obras que sin Él sería imposible realizarlas.
Todo esto que nos dice Jesús —y que parece una utopía— solo es posible si tenemos al Señor en nuestro corazón. Por eso los apóstoles, cuando comienzan a tener la Vida dentro por la fuerza del Espíritu, pasan de estar encerrados y muertos de miedo por temor a los judíos a servir al Señor y dar la vida por Él. De vivir para sí comienzan a vivir para los demás; justo a lo que también nos invita Jesucristo a través de esta perícopa: a comenzar un nuevo proyecto de vida, dejándole que entre y tome posesión de nuestro corazón. Tal y como decía San Juan Pablo II: “Abrid las puertas a Cristo”.
Solo si Él ha entrado en ti es factible dar lo que te pidan, e incluso mucho más de lo que te solicitan, pues si vives en plenitud te das en plenitud.
Fernando Zufía