En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así:
«Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.»
Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas» (San Mateo 6,7-15).
COMENTARIO
Todos tenemos estampitas de todo tipo dedicadas principalmante a fundadores de órdenes religiosas, cuyos seguidores tienen un lógico interés en que sea ascendido a los altares. Y nos hemos encomendado a ellos, porque se les supone necesitados de favores y milagros para ser canonizados. En algunas estampas se repiten largas oraciones reiterativas para convencer a Dios de que nos conceda la petición por intercesión de ese candidato a santo. Pienso, leyendo este pasaje evangélico, que nada como el Padrenuestro bien meditado, interiorizado, lentamente recitado, puestos en la presencia del Señor, para mover a Dios a nuestro favor. l Ave María a nuestra intercesora, y terminar con: “Por intercesión de tu hijo Jesucristo que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.” Porque “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, se os concederá” (Juan, 14,13).
“Padre nuestro.” En plural reconociendo previamente que todos los hombres somos hermanos, hijos de un mismo Padre. Nos ponemos ante Él con la humildad del niño, Él sabe que su padre puede solucionar sus problemas, porque además le quiere mucho.
“Que estás en el cielo”. En todas la religiones la divinidad reside arriba, presidiéndolo todo en lo alto, en lo desconocido, lo inalcanzable. Así se reconoce la autoridad y el poder como ser superior y autosuficiente. Más allá de las estrellas y las nubes estás, Dios nuestro.
“Santificado sea tu nombre.” Tu eres santo y así debemos tratar a tu nombre; te reconocemos infinitamente bueno, santo, con entrañas conmovibles: “lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 103,8). Como demostró Jesús con su vida.
“Venga a nosotros tu reino.” Tú que sabes y puedes todo, y eres bueno, da a los hombres la solución a su problema existencial: el por qué y para qué de nuestra vida. Ayúdanos a instaurar en la tierra ese reino de la verdad, la justicia, la paz y el amor.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” Porque tu voluntad es que seamos felices, que nos tratemos con amor unos a otros, y ascendamos a ti continuamente, dejando atrás nuestra animalidad que nos abaja, y nuestro ‘yo’ que nos confunde.
“Danos hoy nuestro pan de cada día.” Estamos necesitados de muchas cosas: alimento, vestido, vivienda, salud, calor, compañía. Compadécete de nosotros débiles y limitados. Necesitamos tu alimento material y el espiritual de tu palabra y tu eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas.” Sí, reconocemos haber dudado de Ti: de que existieras, enfadados ante el mal en el mundo, la pobreza, las tragedias naturales, la enfermedadd , la vejez y la muerte, dudamos de tu justicia, de que puedas solucionar los problemas. También hemos ofendido, despreciado, maltratado y explotado al prójimo, y no gritamos ante las injusticias.
“Como también nosotros perdonamos al que nos ofende.” Perdonar ¡qué difícil! Llevados por nuestro devorador ego, nos sentimos mejores que el hermano que cae, le condenamos; si nos agravia, nos llenamos de rencor y saboreamos la venganza. Pero Jesús nos dijo: “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”( Juan,8, 17) y “perdonad setenta veces siete” (Mateo18, 21-22).
“No nos dejes caer en la tentación.” Tú sabes que somos débiles y “el justo cae siete veces al día”. Señor, que tu espíritu nos sobrevuele y no nos deje abandonados a nuestras tendencias: el orgullo, la vanidad, la frivolidad, la ambición de poder, placer o riqueza, la dureza del corazón…
“Y líbranos del mal.” De todo mal, pero sobre todo de esa maldad perfectamente diseñada por sus servidores, hombres y espíritus, que se introduce sigilosamente como costumbre, modernidad, libertad, o falaz espiritualidad. No dejes que esas luces nos deslumbren.
“Amén.” Que sea así, como Tú lo quieres y nosotros lo deseamos.