«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”» (Lc 21,12-19)
Cada domingo al terminar la proclamación del Evangelio suelo dirigirme a los niños sentados al principio de la asamblea para ver qué han captado. A veces hay pasajes que son de los de escocer y es por ello que ante la posibilidad de que el relato de día sea entendido como amenaza, susto o bronca, me adelanto a preguntarles: “¿Sabéis que significa la palabra “Evangelio”?” –“¡¡¡Buena noticia!!!”, chillan al unísono (ya se lo saben). Muy bien, les apostillo, y si no es buena noticia no es “evangelio”.
Exactamente esto sirve para el pasaje de hoy: Si no es buena noticia no es evangelio. Y, así de entrada, pues qué queréis que os diga. Si esta mañana al levantarme lo primero que me hubiese encontrado en mi mesilla fuese un collage con letras recortadas de periódicos formando la frase: “Te voy a echar mano” y al rato recibo un “whatsapp” amenazándome de muerte, y cuando voy a abrir el buzón me encuentro con una citación judicial apercibiéndome con que es más que probable acabar en la cárcel, incluso los “buenos días” de mi propia familia son improperios, amenazas, y decir que me odian…, al primero que me cruce y me pregunte qué tal estoy, lo más fácil es que le responda: “Pues ya ves, todo ‘buenas noticias’”.
No creo que a nadie se le ocurra decir que llegan “buenas noticias” desde Siria, Sierra Leona o Nigeria porque cada vez son más los cristianos perseguidos. No creo que fuera buena noticia la más que posible ejecución de Asia Bibi. No creo que sea buena noticia que a cualquier eminente médico de “X” hospital se le relegue a los últimos puestos por el hecho de objetar en conciencia ante la disyuntiva de realizar un aborto… Y así hasta… (En el siglo XX hubo más mártires que en los diecinueve anteriores siglos de historia de la Iglesia, y lo que va del s. XXI no se está quedando corto.)
Y además insiste: “no tenéis que preparar vuestra defensa”. Todos los estrategas de cualquier campo: militar, judicial, laboral, etc. coinciden en que “la mejor defensa es un buen ataque”. En todas las canchas menos en la que se dirime el anuncio del Evangelio. Aquí la estrategia cambia: “No os resistáis al mal” (Mt 5,39). ¿Acaso el poner la otra mejilla no es un gesto de pasividad? ¿Acaso Jesucristo no pidió explicaciones cuando el soldado romano le dio una bofetada?: “Si he hablado mal, di en qué y si no, por qué pegas” (Jn 18,23). Y a Pilato, que se arroga el poder de condenarle o perdonarle, le amonesta advirtiéndole que no tendría poder si no viviese de lo alto, hasta el punto que ha de terminar interrogándose: “¿y, qué es la Verdad?”(Jn 18,38)
En España, nuestro sistema judicial es tan “garantista” que permite algo que es intrínsecamente perverso: el reo, en su testimonio, no tiene porqué declarar en su contra, por lo que tiene derecho a mentir, a no decir la verdad en su testimonio (contradicción semántica: testimonio implica veracidad); por lo que “preparar la defensa” se ha convertido la mayoría de las veces en la construcción de una gran mentira, como lo están dejando claro en los medios de comunicación “pequeños nicolases” y grandes parásitos. Por mi condición de capellán penitenciario, he tenido multitud de ocasiones en las que presos en víspera de juicio me han pedido consejo sobre cómo deben preparar su defensa. Mi respuesta siempre suele ser la misma: “No lo sé. Yo solo sé que LA VERDAD OS HARÁ LIBRES” (Jn 8,32)
El cristiano no es un ser pusilánime, cobardemente pasivo que se cruza de la brazos ante la afrenta; ni un sadomasoquista que disfruta sufriendo ultrajes, y si no tiene sufrimientos se los fabrica con un cilicio. La Iglesia jamás consideró mártires a aquellos que exponían inútilmente su vida. Al contrario, porque sabe que la vida es un bien absoluto que ha recibido gratuitamente de Dios, puede tener la valentía de testimoniar, incluso con la propia vida, la grandeza de este valor. Los discípulos salieron muy contentos después de haber sido azotados ante el Sanedrín, no por la paliza recibida, sino por haber podido dar testimonio. (Hch 5, 41)
Volviendo al principio: Si no es buena noticia no es Evangelio. ¿Cuál es la Buena Noticia? Pues que a lo largo de la historia de la Iglesia, la persecución la ha hecho más fuerte. Los perseguidores son tan torpes, que es como el que trata de sofocar un incendio a patadas: lo acaba extendiendo más. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, que gracias a su perseverancia no solo salvaron su alma, sino que salvan también la nuestra.
Pablo Morata