«Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”. Unos escribas que estaban allí sentados pensaban para sus adentros: “Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?”. Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: “¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico ‘tus pecados quedan perdonados’ o decirle ‘levántate, coge la camilla y echa a andar’? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…“. Entonces le dijo al paralítico: “Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto una cosa igual”». (Mc 2,1-12)
El asombro es buena cosa para la fe, predispone para el progreso de la persona. El que no se asombra, el que ha perdido la capacidad para admirar y admirarse corre peligro de anquilosamiento. Y Cuando se fosiliza la vida ya no se la vive, más bien esta pasa por uno, a modo de vegetal, en vez de vivirla como don de Dios.
Con cierta frecuencia se contrapone lo material a lo espiritual, como dos fuentes y frentes contradictorios que pugnan por reinar. Existen formas cristianas donde se valora tanto lo invisible que lo material no solo se presenta como de segunda categoría sino nocivo para el reino de lo sagrado. No les faltan algo de razón a los que así piensan; tienen eso, algo de razón.
Otros, en cambio, apoyándose quizás en el hecho de la Encarnación, acentúan tanto lo material y tangible que acaban de algún modo aminorando la vida espiritual como elevación a Dios. Lo material se hace terreno y lo humano, mundo: concupiscencia desordenada, vida carnal.
La realidad es que el equilibrio, una vez más, viene en nuestro auxilio. Dios lo creó todo y lo hizo muy bien, y era muy bueno. Todo lo hizo con medida, con orden, en armonía. La materia y el espíritu son invenciones del amor de Dios. De su buena gestión procede el que no degeneren en sus peores formas de tierra y enemistad con el Creador. El demonio no es material y no existe cota más alta de maldad.
Afirmamos algo que debiera ser evidente pero que el orgullo hace invidente en la mente de algunos científicos. Son ellos lo más capacitados para la admiración; pero para la admiración que lleva a lo espiritual.
Al acercarse al estudio del cuerpo humano no hay salida, quiero decir, solo queda abierta la posibilidad de admirarse y admirarse una vez habiendo admirado al mismo. Admirar y admirarse son dos momentos correlativos de un mismo verbo. Resulta asombroso, deja boquiabierto, extasiado, fuera de sí, tal espectáculo. Parece imposible que la máquina humana funcione como funcione. Una sola célula bastaría para el asombro. Realmente es un poco increíble. Es de una perfección enorme.
Si pasamos al mundo de lo fabricado por el hombre también surgen actitudes parecidas de asombro. Los televisores, móviles, vehículos…, y demás invenciones humanas, innumerables, nos hablan de la inteligencia humana y de la potencialidad de lo creado que da tanto de sí. Asombroso realmente.
La materia, ya sea procedente directamente de Dios o intervenida por el hombre, debería ser lo que de hecho es. Tan desproporcionada vivo la admiración que nos provoca lo creado que no es tan difícil dar el salto al invisible reino de lo espiritual y divino. El mundo digital, el mundo de las ondas…, no van en contra del espíritu.
La ciencia avanzada me prepara para recibir más altas noticias de la existencia. No es tan difícil admitir y aceptar al ángel, el alma y Dios. La materia me dejó estupefacto y por ello preparado para recibir a Dios, al alma y al ángel. No es tan difícil creer. Toda la realidad es maravillosa y unas realidades parecen preparar a otras. La fe es un don, pero para creer también hay que tener una psicología de admiración, una cierta predisposición y apertura para que dicha fe eche su raíz. Son dos campos distintos: la razón y la fe. Cuando ambas están tocadas de sentido común el progreso es cabal, íntegro en sus procesos respectivos de captación de lo real. Se da una secreta continuidad entre ambos ámbitos de conocimiento. Confiar no es científico pero sí es racional.
No confundir la materia con el espíritu, ni el cielo con la tierra. Habría que relacionarlas como se hace en la mente del Creador. Unidad, no disparidad de contrarios.
“Viendo Jesús la fe”… En el Evangelio de hoy Jesús ve la fe, no tanto los movimientos físicos de hacer descender por el tejado al paralítico. De lo material pasa a lo espiritual con toda facilidad. A continuación dice: “Para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados… Dijo al paralítico: Contigo hablo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Es decir, viendo la maravillosa gestión que de lo creado material hace el Señor no resulta tan difícil creer en la vida del ama. Jesucristo armoniza lo material, visible, con lo espiritual, invisible. Si un milagro deja boquiabierto, facilita la entrada de cosas admirables pero que pertenecen ya a otro reino, al divino, al espiritual. Lo material, bueno en sí, se resitúa, queda al servicio de lo espiritual. Esto no supone minusvaloración sino orden, verdad. Los músicos no son esclavos del director de orquesta, son todos servidores de la música, felices en su sacrificio.
Todo el mundo va en busca de Jesús. Notan en Él aires de Creador, que sabe manejar la materia y las almas con toda paz. El conflicto no es ni corporal ni material. El conflicto nace cuando el orgullo se despierta. Es realmente así. Cuando la materia sirve al espíritu entonces este sirve al cuerpo en feliz acuerdo. Y así, bien dispuesto, el hombre, todo entero él, sirve a Dios. Pero recordemos la fórmula práctica para nuestra conversión, que acabamos de decir: el conflicto nace cuando el orgullo despierta, solo entonces. Los demás conflictos por ser pasajeros no deberían llamarse tales, pasan. Un orgullo instalado manipula la materia para enemistarla con lo espiritual. Pero en el principio no era así. Desinstalemos la soberbia y respetemos la materia creada por Dios. Seamos como Jesús, que vio en una serie de actos materiales de maniobra una realidad preciosa espiritual: la fe.
Francisco Lerdo de Tejada