“Les decía: «¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero? No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga».
Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene» (San Marcos 4, 21-25).
COMENTARIO
El sermón de la barca que nos trae Marcos, no es tan conductual, como el sermón de la montaña de Mateo. No es una guía de saber qué hacer o no hacer para ser cristiano, sino de cómo tener preparado el corazón para recibir la Palabra de Dios. La semilla del Evangelio para Marcos es una luz que inunda y habla al corazón, y brillará para el mundo en los carismas de cada uno. La técnica es la «atención a lo que estáis oyendo». Tierras pedregosas, sin jugo, infectas de semillas extrañas, no pueden acoger la Palabra de la luz que Él trae, y que el Padre enciende para ponerla sobre el candelero de la Iglesia. Dice el Salmo «Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero». Pero desafortunadamente todos tenemos en nuestra casa un celemín y una cama para esconder su Luz.
Para entender bien esta lectura hay que mirar el entorno en que la sitúa Marcos. Jesús sentado en la barca de Pedro, con la playa llena de gente, comenzó a hablarles en parábolas. La del sembrador, que antecede a la de hoy, no era fácil de entender para los pescadores, en relación con la persona de Jesús, y probablemente para ninguno de los que se agolpaban en la playa. Pero Jesús sabía que su palabra era la luz del mundo, y por eso dice a los discípulos “¿Se trae una lámpara para meterla bajo el celemín…? El Evangelio de hoy es como un mandato a la Iglesia para explicar en su entorno humano la realidad salvífica de la Buena Noticia. Es una llamada clarísima a buscar en la Palabra la luz que cada uno necesita para su caminar. Al que quiera estar dormido, hasta un candil le molestará, pero no puede quedar escondida la Palabra que contiene la misericordia y el conocimiento de Dios.
No solo tiene obligación de poner la luz sobre el candelero la Jerarquía de la Iglesia, con los sacerdotes y religiosos, sino cada uno de nosotros en el candelero de nuestro rincón particular. Así, y solo así, los hombres verán nuestra luz, y lo que Dios nos dice al oído, lo conocerán los demás, y lo oculto, el misterio de Dios en cada alma, la misericordia y la ternura con la que Él actúa, brillarán como luz en candelero.
Al que tenga la valentía de anunciar la misericordia de Dios en sí mismo, reconociéndose pecador y rescatado, se la dará más ayuda para empezar o seguir el camino, pero al que no tiene esa respuesta, se le quitará hasta lo que tiene.
¿Y qué pasará con el que no tiene ni oídos para oír la misericordia, sino solo juicio condenatorio para medir al hermano? Pues una de las verdades más populares y profundas a la vez del Evangelio: “Con la medida que midas a los demás se te medirá a ti”. Es la justicia del Reino de los cielos, que empieza por uno mismo. Con el metro que llevamos dentro, medirá Dios nuestra estatura en el Reino. Si mido con amor, seré medido con amor. Si mido con odio, rencor, venganza o falsos puritanismos, así seré medido.
En la interpretación más general del texto de hoy, parece que se exhorta a no juzgar al hermano, para no ser juzgado. Es el sentido en el Sermón de la Montaña de Mateo. Pero en Marcos tiene un sentido más preciso: “La medida” que usamos para recibir la Palabra de Dios, —la escrita y la que Él habla directamente al corazón—, será la medida de nuestra fe y nuestra identidad en el Reino.
Jesús desde la barca de Pedro, lo dice claro: “atención a lo que estáis oyendo”. La escucha de su palabra viva, será la medida. No es para Marcos un sentido negativo de no juzgar a nadie, sino un sentido positivo de iluminar el juicio a uno mismo y a los demás, con el amor de Dios, con su misericordia.
Hay dos preguntas claves para la integración personal en el Evangelio que dice: «al que tiene se le dará, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.» Parece duro a primera vista, si lo medimos con parámetros de riquezas y tenencias del mundo, pero aquí se habla de otra cosa. No se trata de pobres y ricos en dinero.
¿Qué hay que tener, y qué se nos va a dar? El mismo Evangelio lo dice hoy al principio. Hay que tener la lámpara de su presencia encendida y puesta en el candelero de la Iglesia, y se nos dará su presencia total en más luz para el conocimiento de su misterio. La fe en Jesús vivo entre nosotros, con el que hablamos de nuestras cosas y al que seguimos en sus consejos e inspiraciones, se convierte en lámpara que arde e ilumina.
Al que no tenga la luz de la fe, o no la tenga a la vista de los hombres, sino escondida, quedará totalmente a oscuras. Y es un test válido para todo cristiano, desde al Papa hasta el último de la fila, que seré yo. Si hablamos de Jesús, y hacemos lo que dice, somos de Él. Si después de un buen rato de discurso, sermón, estudio, trabajo etc., ni siquiera lo hemos nombrado una vez, aunque seamos filósofos, psicólogos, médicos o sanadores de la humanidad, no somos de Él. Su Nombre en nuestros labios, es la medida de nuestro amor a Él.