«En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”». (Mt 11, 25-27)
Como la revelación de la sabiduría de Dios, estas llamadas de Jesús contienen tres anuncios y están en el corazón de la Buena Nueva: 1) Acción de gracias por la revelación; 2) Contenido de la revelación; 3) Invitación a la revelación. En esta última parte, no incluida en el texto de hoy, se presenta Jesús (Mt 28-30: “Venid a mí…”) como la personificación de la sabiduría y ternura de Dios.
Un corazón sencillo y humilde —la pura verdad humana— es puerta abierta a la presencia de Dios. Dios “es”, y se revela permanentemente a través de los admirables o pequeños destellos de su presencia en nuestras vidas. Pero el espejismo de la autosuficiencia humana ciega la mirada del hombre hacia Dios. El fin principal del hombre es la búsqueda de Dios; solo lo podemos encontrar en la humildad y verdad.
En la segunda parte, Jesús proclama la reciprocidad de amor y unión entre Él y el Padre. El es la comunicación plena y exclusiva de la voluntad del Padre. Este texto anuncia el misterio del único “nacido del Padre”, igual al Padre, en su relación de vida con nosotros y para nosotros. La liberalidad total de Jesús te invita a tu entrega total a Dios.
Germán Martínez