Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada: «Levántate y ponte ahí en medio». Y, levantándose, se quedó en pie. Jesús les dijo: -«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?». Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo y su mano quedó restablecida. Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús. (Lc. 6, 6-11)
Empiezo pidiendo disculpas a los lectores de este comentario que, a través de la red, lo estén leyendo al otro lado del charco o en cualquier lugar del mundo de la aldea global. Y también pido disculpas a los que esperen una reflexión piadosa y es que, después de unos días sabáticos, ponerse a teorizar sobre el verdadero significado del sábado no es que venga mal pero, no sé si será por aquello del síndrome posvacacional, no es precisamente lo que me pide el cuerpo y, además, hay mucha y muy buena literatura al respecto. Y es que así, a bote pronto, lo primero que me sugiere este texto, quizás sea obsesivo por el machaqueo de los medios de comunicación, es que retrata de forma irónica la situación que estamos viviendo aquí en España, así a vote pronto, repito, esta con “v”.
Efectivamente, el brazo derecho paralizado. Atado en cabestrillo por el “pedro del hortelano” que gustaría manejar el brazo izquierdo que tampoco se mueve por claros síntomas de atrofia muscular.
Y en una cosa todos de acuerdo, fariseos y escribas, saduceos y doctores de la ley, enemigos acérrimos entre sí, celosos defensores de “su sagrada verdad”, inflexibles en sus posiciones pero unánimes en una proposición: En un día tan “sagrado”:¡No!.
“¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal? Porque, que yo sepa, a la fiesta a la que me estoy refiriendo, incluso aquellos que solo celebran el “solsticio de invierno”, no se les cae de la boca buenos deseos para todo el mundo. Uno de ellos apelaba a la fuerza que tiene en nuestra cultura esta “tradición”.
Con más motivo debería sacarnos del letargo y movilizarnos a aquellos que celebramos que todo lo que acontece y preocupa a los hombres es de tal importancia que hasta el mismo Dios lo ha asumido como propio y por eso, ha acampado entre nosotros. Y no vale apelar a la tradición. Jesús sabía que le estaban espiando, y sí se salta una “tradición”, no para destruirla, sino para honrarla en toda su profundidad. “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27): ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal; salvar una vida o acabar con ella?
¿Qué está permitido? ¿Organizar maratones mediáticos solidarios de salón para sedar la conciencia mientras “sacalabotamaría”, o asumir la responsabilidad de elegir a aquellos que, de verdad, se van a preocupar de los que el Papa Francisco llama “los descartados”?
¿Qué está permitido? ¿Desearse una paz de espumillón y luces de colores mientras los cuñados discuten en la mesa por a quién le toca quedarse con la abuela en las próximas vacaciones o decidir conscientemente quién va abordar de forma seria la familia y sus valores?
¿Qué está permitido? ¿Hacer un reenvío masivo de emails que ni se leen, y que hablan de prosperidad, salud, felicidad… y no sé cuantos tópicos más o asumir el compromiso y actuar en consecuencia que nos estamos jugando precisamente la salud y prosperidad, no solo nuestra sino la de mucha gente, incluso la propia posibilidad de nacer para luego poder disfrutar o no de la salud y felicidad?
¿Qué es “santificar las fiestas”? ¿Celebrar con Dios su obra creadora de la que el hombre es co-responsable, o confundir el descanso y el reposo con el pecado de omisión?
Yo, por mi parte lo tengo claro, si el día de Navidad me convocan al tercero de los comicios; al tercero, santificaré la fiesta.