Hace algún tiempo supimos del horrendo crimen perpetrado por el denominado Estado Islámico en la persona de un piloto jordano al que había capturado: fue quemado vivo. Como respuesta, el Gobierno de Jordania ordenó ejecutar inmediatamente a dos miembros de Al Qaeda a los que previamente había juzgado y sentenciado a muerte. Me llamó la atención el comentario de un locutor de radio al dar esta última noticia: «Otra vez la ley del talión».
A decir verdad, la ley del talión (ya presente en el Código de Hammurabi, siglo XVIII a. C.) surgió precisamente para frenar esa violencia descontrolada y regular la venganza, de modo que esta fuera proporcionada. El siguiente texto bíblico, en el que Lámec habla a sus mujeres, plantea perfectamente el problema: «Ada y Sila, escuchad mi voz; mujeres de Lámec, prestad oído a mi palabra. A un hombre he matado por herirme, y a un joven por golpearme. Caín será vengado siete veces, y Lámec, setenta y siete» (Gn 4,23-24). A Lámec no le basta la medida de la venganza que el Señor promete a Caín («El que mate a Caín lo pagará siete veces», Gn 4,15), una venganza ya de suyo «generosa» (recuérdese el valor simbólico del número siete). La de Lámec tendrá un valor de «setenta y siete» (o setenta veces siete), de modo que a una herida sufrida se responderá con la muerte.
La ley del talión –que se puede leer por ejemplo en Ex 21,23-25– ordena que, «si hay lesiones, pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal». Por tanto, la ley del talión, tan denostada y (mal) comprendida como sinónimo de salvajismo, en realidad supuso un notable avance en humanidad.
Pedro Barrado.