“Cuando salió, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”. Jn 13, 31 – 33ª . 34-35
El capítulo 13 del Evangelio de Juan esta llenó de pasión, de ternura y de un amor infinito. Estaban los trece reunidos, pero Jesús ya sabía que entre ellos había un traidor, aunque también a él le lavó los pies antes de sentarse a la mesa con ellos. Pero la tensión se palpaba en el ambiente porque Jesús parecía tener prisa en que Judas los dejara, y por varias veces, sembrando el escándalo y el asombro entre sus discípulos, se refiere a ello para provocar su marcha. Así, en el diálogo con Pedro que puso reparos para que lo lavara: “También vosotros estáis limpios, aunque no todos” (13, 10), y luego, en la explicación de lo que había hecho: “El que compartía mi pan me ha traicionado” (13, 18), después, abiertamente, y lleno de turbación: “En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar” (13, 21), y finalmente, una vez que lo identifica discretamente y por signos a Juan, dirigiéndose al traidor: “lo que vas a hacer, hazlo Judas, descubierto y denunciado ante todos, después de tomar el pan, salió a la noche. Parece como si Jesús estuviera esperando la salida de Judas para sincerarse con sus discípulos, y sabiéndose ya rodeado de fieles amigos, desahoga su corazón con ellos: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo”.
Humanamente hablando, podríamos tildar de lógica la actitud de Jesús, pues él sabe que Judas le va a entregar a sus enemigos, y que su prendimiento, será el comienzo de la pasión. Estamos pues, en presencia del misterio más profundo de la Redención del hombre, porque la pasión y muerte de Jesús es ahora el medio para su glorificación, cuyo culmen glorioso será la resurrección de Jesús por el Padre. Y la glorificación del Hijo, recíprocamente, será la glorificación del Padre que lo envió, por la obediencia del Hijo. Y esta misma reciprocidad, aparece luego en la Oración Sacerdotal de Jesús: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti” (Juan 17, 1), y también, más adelante, en Juan 17, 4-5.
Y en este ambiente emociónate, con un claro sabor de despedida, el Jesús hombre se enternece hasta el punto de dirigirse a sus discípulos como “hijitos” o “hijuelos”. Dicen los especialistas que en el arameo que hablaba Jesús no existía el diminutivo, por lo que difícilmente pudo dirigirse con esa expresión a ellos, pero si existía en el idioma griego en que se redactó el evangelio de Juan, por lo que se supone que es una adición entusiasta del propio Evangelista, que nos quiere ofrecer una clara idea de la ternura del Y es entonces cuando Jesús les entrega el Mandamiento del Amor, que el mismo refuerza y esquematiza, justifica y engrandece, desde una – Es un mandato, claro y solemne: “Que os améis los unos a otros, que viene a renovar el mandamiento del amor de la antigua ley, y que ahora se hace recíproco, tuyo y mío, y se vuelve corporativo, de todos y para – Pero ha de ser un amor como el suyo: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”, un amor apasionado, un amor hasta el final, porque él fue el primero en el amor, un amor desinteresado, y sobre todo, un amor que no necesita motivos para amar, porque Jesús nos ama como somos, y nos ama aunque nosotros no lo amemos a él.
– Un amor que será un distintivo del cristiano: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”, porque Jesús fue nuestro Maestro en el amor, y ello nos convierte en luz para el mundo. El Derecho se dice que esta es una interpretación auténtica de la Ley del Amor, porque nos fue dada por Jesús, el propio legislador.