«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos». (Mt 5,17-19)
Resulta imprescindible completar la lectura del Evangelio que se nos propone en Mateo 5, 17-19, con los parágrafos que siguen del 20 al 48, para comprender así en todo su significado el mensaje de Jesús, que en lo sustancial, nos anuncia la plena vigencia de la ley mosaica que el mismo dice: “…no he venido a abolir”. Esta cuestión era de suma importancia para los judeocristianos que le escuchaban, pero Jesús les dice que Él viene a hacerla plena, y así, la profundiza, la interioriza en el corazón del hombre y, sobre todo, la pasa por el filtro inexcusable del amor, engrandeciendo su significado y la necesidad de su exigencia, y premiando el magisterio que la enseña a los demás hombres.
Ya no quedan dudas. Hemos de cumplir la ley hasta en la última tilde, y todos debemos ser misioneros de su mensaje, y así, seremos grandes en el reino de los cielos. Y no nos engañemos con la apariencia conformista de ser “el menos importante en el reino de los cielos”, si solo nos saltamos alguno de los preceptos menos importantes y así se lo enseñamos a los demás hombres, pues como nos advierte san Juan Crisóstomo, con ello Jesús se refiere al infierno y la condenación, porque “…si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5, 20).
Y a continuación, Jesús explica el significado del cumplimiento que nos propone, y en todos los casos, con los enunciados bíblicos que ahora se superan, profundizan y completan por la ley suprema del amor, enmarcado todo ello bajo el pórtico solemne de lo que está escrito, y que se nos recuerda bajo un enunciado reiterado: “Habéis oído que se dijo a los antiguos”.
Y la pena del “no matarás”, se hace extensible al insulto o al menosprecio del hermano, el “no cometerás adulterio”, a la simple mirada de deseo a la mujer, el repudio de la propia esposa, al adulterio, si el que repudia se casa con otra, el “no jurarás en falso”, se sustituye por la prohibición de jurar, el “ojo por ojo y diente por diente”, por una respuesta de mansedumbre ante los agravios, y el “aborrecerás a tu enemigo”, por el amor incondicional.
Esta es la plenitud de la ley que se nos anuncia, donde el rito exterior y la burocracia litúrgica pierden todo su valor sin un corazón puro y una recta intención, para que lo que prevalezca sea siempre el amor, y la ofrenda en el altar quede pospuesta, hasta que nos reconciliemos con el hermano que tiene quejas de nosotros.
Horacio Vázquez