Fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí? “Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. (Mc 6, 1-6)
Nos llama la atención, en primer lugar, cuando el Evangelio nos habla de los hermanos y hermanas de Jesús. Siempre hemos sabido que la Virgen María no tuvo más que un Hijo: Jesús, concebido en sus entrañas purísimas por obra del Espíritu Santo. Y es que esta forma de hablar entre los judíos, significa un concepto diferente al nuestro: hermanos significa parientes.
Para meditar sobre la palabra de Dios revelada en su Evangelio, es bueno tomar los párrafos anteriores del texto en cuestión, al objeto de situarnos en el entorno y lugar donde se predica. Es como meterse dentro de la escena. Jesús acaba de calmar la tempestad con sólo su Palabra, ha curado al endemoniado de Gerasa, que se fue por toda la Decápolis anunciando lo sucedido y cómo Jesucristo le había curado; ha sanado a la hemorroísa, que perdía sangre desde hacía doce años- la sangre representa la vida, en la cultura hebrea-; ha resucitado a la hija del jefe de la sinagoga…Y, ahora, en su ciudad, no le creen.
Es lógico pensar que estos milagros correrían de boca en boca por todas las ciudades. Entonces no existían, como sabemos, los medios de comunicación actuales, pero en las caravanas de mercaderes seguro que las noticias correrían como la pólvora. Y no le creen. Se fían de lo que han visto sus ojos y han tocado sus manos: es el hijo del carpintero José, conocemos a sus parientes y amigos, hemos jugado con él siendo niños y…CONCLUSIÓN: no le creemos.
Y nadie se pregunta entonces cómo es posible que realice estos milagros, y cómo es posible que anuncie el Reino de una forma diferente a la habitual; si a veces nos entusiasmamos con la predicación de un sacerdote, o de algún hermano que nos la revela de parte de Dios, ¿Cómo serían las catequesis de Jesús?
Pero no nos escandalicemos de este episodio, ni de las dudas de los paisanos de Jesús; nosotros actuamos igual. Muchas veces damos más crédito a cualquier acontecimiento, que al Evangelio; nos resulta más veraz cualquier duda que nos plantee el intelectual de turno, que la Palabra de Dios; cuestionamos el Evangelio, como palabra anunciada en una época pasada, por los “amigos” de Jesús, siendo así que es su Palabra revelada. El físico inteligente, el Premio Nobel ateo, el periódico que se cree entendido, el ateo o el agnóstico que “no busca “a Dios, y cree encontrar argumentos para justificar su increencia, nos resultan más fiables.
Es más “progresista “proclamarse cuando menos agnóstico, antes que creyente. Este “progreso falso”, que autoriza el asesinato de seres inocentes a cargo de sus madre- cosa que no hacen los animales-; es un progreso que asesina a los viejos autorizando la eutanasia (como trastos viejos); es un progreso que va incluso contra la ciencia y la antropología aplaudiendo el mal llamado matrimonio homosexual, al tiempo que desconoce la raíz de la palabra “matrimonio”=alimento de la madre; es un progreso que prescinde del crucifijo en las aulas, y rompe la familia como primera célula de la sociedad, facilitando el divorcio; cuando yo era joven, cuando se estropeaba algo, cualquier cacharro, o incluso, una pieza de un coche, se arreglaba; se estropeaba un matrimonio, y también había perdón y acuerdo. Ahora, cuando se estropea un matrimonio, no hay perdón ni arreglo: se tira, y se junto uno con otro o con otra. Y, en este “progreso” diabólico, avanzamos como el cangrejo hacia atrás: “…es el hijo del carpintero, ¡qué nos va a enseñar!…”
Y Jesús se asombró de su falta de fe; y no pudo hacer allí más milagros. Jesús sólo nos pide eso: CREER EN ÉL, tener fe. Fe, que significa fiarse de Él y de su Evangelio. Esperar con confianza en Él. Buscarle todos los días, pidiéndole que no nos falte la fe, aunque ahora sea pequeña y temerosa. Miremos al ciego que imploraba al paso de Jesús:
¡Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros, que somos pecadores!
Jesús ¡No pases de largo!
Alabado sea Jesucristo