En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían: «¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó: «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él (San Juan 8, 21-30).
COMENTARIO
En esta última semana de cuaresma, la Iglesia nos presenta el enfrentamiento creciente de las autoridades judías con Jesús. El habla con valentía, con total libertad, denunciando su hipocresía y poniéndoles en evidencia ante todo el pueblo. Ellos no pueden soportarlo, y su odio irá en aumento hasta llegar a la decisión de acabar con su vida.
-«Donde yo voy, vosotros no podéis venir», les dice. ¿A dónde va Jesús? A enfrentarse con la muerte para vencerla. Va hacia el Padre, que le confió esa misión. Va, como hombre, hacia la eternidad, para abrir sus puertas a la humanidad. Ahí no podrán seguirle aquellos que disputan con El.
-«Moriréis en vuestro pecado», añade. ¿De qué pecado habla? De su incredulidad. Él ha hecho muchos milagros; ha hablado como nadie habló jamás. Pero quienes le discuten no han querido creer. Y como Jesús ha venido a dar vida a los que crean, aquellos que se obstinan en rechazarle van a la muerte; pues el salario del pecado es la muerte.
-«Si no creéis que Yo soy…» Aquí les está revelando su identidad, porque el nombre de Dios revelado a Moisés es Yahveh, que significa literalmente: Yo soy. Les está diciendo sencillamente: soy vuestro Dios. Y ellos no entienden nada. Su corazón está cerrado por la incredulidad. Jesús les está dando una oportunidad más de convertirse. Pero para ellos, su lenguaje es oscuro, es ambiguo e incomprensible, pues sólo podrían entenderlo desde la fe. Hay que creer para comprender.
Pero los fariseos, doctores de la ley y sacerdotes, son incapaces de ello, porque eso significaría el final del tinglado socio-religioso que tienen montado ante el pueblo. Demostraría lo vano de su afectada piedad, el engaño con que someten a sus conciudadanos, y echaría por tierra su estatus de clase privilegiada.
La incredulidad es el gran problema del hombre de hoy, tanto si es ateo como si es religioso. Se puede creer en la ciencia. En el progreso, en la política, en el humanismo, en las ideologías… Pero ¿creer en Jesucristo? ¿creer en su palabra, en sus valores, en sus actitudes de misericordia frente a los débiles, a los sucios, a los caídos, a los extraviados? Todo eso, para la inmensa mayoría, es necedad o locura. ¿Dar la vida por el que no vale nada, por el traidor, por el cínico? Un gesto inútil de heroísmo, propio sólo de soñadores ilusos. ¿Creer que Jesús vive ahora entre nosotros, en la Iglesia Católica? Un disparate. A la Iglesia de hoy se la desprecia, se la calumnia, se la culpa de todos los males.
¿En verdad, no pensamos así, como piensa el mundo? Nosotros mismos somos también incrédulos, pues creer sinceramente en Jesús comprometería demasiado nuestra vida, nos obligaría a arriesgarlo todo. Y lo somos, en el fondo, por soberbia; porque cuesta tremendamente admitir que nuestros valores, aquellos en que tenemos apoyada nuestra vida, son falsos y equivocados.
Estamos a pocos días de celebrar, con la Iglesia, la Pascua del Señor. Y es importante interiorizar que Jesús muere en la cruz, hecho atemporal, que trasciende toda época para salvarnos de nuestra incredulidad. Porque:
-«Cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que Yo soy», termina diciendo. Hemos pues de mirarle levantado en la cruz para poder creer en El, ser curados de la incredulidad, e iniciar una nueva vida.