Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban en la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (San Marcos 16, 9-15).
COMENTARIO
Es muy llamativo, si lo podemos decir así, el relato de la Resurrección de Jesús, en la versión de Marcos, que nos ocupa. En realidad desconocemos si María Magdalena fue la primera persona visitada por Jesús. Hay quien dice que podría ser la Virgen María la primera, por el honor de ser su Madre, pero no consta en ningún texto de los canónicos reconocidos por la Iglesia.
En el Evangelio según san Mateo se nos dice que fueron al sepulcro María Magdalena y la otra María, suponemos que la de Cleofás. En san Juan habla de que era María Magdalena la que se acercó el primer día de la semana, y es la que avisó a Pedro y Juan.
Y llama la atención esa expresión: “…de la que había echado siete demonios…” No es que estuviera endemoniada al estilo en que se narran otras curaciones milagrosas de Jesús hacia los endemoniados (Gerasa,…). La expresión indica que la Magdalena, al igual que todos nosotros, padecía los pecados capitales igual que todos: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza, propios de su condición humana, sujeta al pecado original. Es por tanto deducible que esta expresión refiere a toda la Humanidad, sujeta al Maligno, y liberada por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Hay multitud de relatos y expresiones de este tipo en los Evangelios; basta con recordar algunas:
En las bodas de Caná, Jesús se dirige a su Madre con la expresión de “Mujer, ¿qué tengo que ver yo contigo?” Es lo que en la Biblia se explica como un “semitismo”, expresión típica de la época. Y ahí María representa a toda la Humanidad.
En la Cruz, antes de morir, Jesús dice: ”Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre”
En la curación de la suegra de Simón, ésta representa la Humanidad doliente por la enfermedad. Y en el relato de “la mujer encorvada”, asimismo, esta mujer refiere a la Humanidad, doblada ante el pecado, que no puede enderezarse por el poder de Satanás.
Por consiguiente, María Magdalena, pecadora como los demás, fue liberada por Jesús de estos “siete demonios”. Insisto en ello, dado la creencia popular hacia la santa Magdalena.
Y aquí se revela la incredulidad del ser humano ante la revelación de María: no la creyeron. Todos son judíos conocedores de la Ley, y no recuerdan las profecías sobre el Mesías. Le han oído decir a Jesús todo sobre su Pasión, y Muerte, y sobre su Resurrección, todo se ha cumplido, según las Escrituras y sobre lo que han vivido realmente… ¡y no creen!
No es de extrañar que Jesús les reproche su incredulidad. ¿Nos la reprochará a nosotros? El hombre de todo tiempo sólo cree lo que le entra por los sentidos: cree en lo que ven sus ojos y tocan sus manos, han pasado veintiún siglos y no hemos avanzado nada. Hay quien aún duda de la existencia de Dios y de que todos estos hechos sucedieran ¡Qué poder del demonio!
No es extraño que ya estuviera anunciado por Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí! (Mt 15, 8-9)
Recordemos las palabras de Jesús a Tomás: “porque me has visto, ¿has creído? Bienaventurados los que sin ver han creído” (Jn 20,29)
Seamos nosotros esos “bienaventurados” que dice Jesús, bien aventurados en el sentido de las “Bienaventuranzas”. El término es mucho más acertado que el de dichosos de algunas traducciones…más que dichosos, bienaventurados. Así poseeremos la Tierra que él nos dará, esa tierra que ya profetizaron, “tierra que mana leche y miel” (Ex 3,17)
Pues tenemos claro el mandato de Jesús: Proclamad al mundo entero su Evangelio. Ese es y será nuestro trabajo por el Reino de Dios, que es el mismo Jesucristo