«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”». (Mt. 5, 17-19)
Durante un viaje a Grecia, en la visita al “ombligo del mundo”, Delfos, la guía hacía hincapié en lo importante que es poner una coma en su sitio al contarnos la anécdota-chascarrillo según la cual un soldado fue a consultar al oráculo sobre su suerte en la próxima batalla a la que fue confiado, pues el vaticinio fue: “Volverá. No morirá”; cosa que no sucedió. Cuando los familiares fueron a pedir responsabilidades por la negligencia adivinatoria, los agoreros de turno dijeron que lo que el oráculo había dicho en realidad era: “¿Volverá?: No. Morirá.”
Y es que hay que fijarse en lo pequeño, hasta en una tilde. No es lo mismo tener problemas con el inglés, que con esto mismo si no va acentuado. Y Jesús que, aparentemente parece transgresor de los grandes mandamientos como el sábado; tolerante con el adulterio (la Ley de Moisés dice… ¿tú qué dices?); relativiza lo más sagrado como puede ser el templo y justifica lo guarros que son sus discípulos que ni tan siquiera se lavan las manos antes de comer (si no por rito religioso, al menos deberían de hacerlo por higiene). Pues bien, ese mismo Jesús pone en su sitio a los “guías de ciegos, que cuelan el mosquito y se tragan el camello” (Mt 23,24) y de paso también a los mosquitos. “No desaparecerán ni una “í” ni una coma de la Ley”.
Esta manía de Jesús por lo pequeño: “El que quiera ser grande, que se haga pequeño…” “El que no acepte el Reino de Dios como un niño…” “No temas, pequeño rebaño…”
Nada es pequeño delante de Dios. Nadie es pequeño delante de Dios. Santa Teresa de Lisieux decía: “Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro remedio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.”
“La mirada de Dios no es como la mirada del hombre” (1Sa 16,7) y David, pequeño a los ojos de su padre, minúsculo y despreciable ante los ojos de Goliat, es grande a los ojos de Dios. Lo que hacemos a diario es, a menudo, pequeño, minúsculo. Todo depende del “espíritu” que se pone en ello.
En la lengua hebrea no existen las vocales. Estas se marcan con puntos, tildes y comas llamadas “espíritus”. “La letra mata, mas el Espíritu da vida” (2 Cor 3,6). Jesús no es ningún “antisistema”. No es un destructor ni un devastador. Siempre construye. Hace nuevas todas las cosas. No destruye la Ley, sino que cumple en Él lo anunciado por Jeremías. “Pondré mi Ley en su interior y la escribiré sobre sus corazones… y no tendrán que adoctrinarse… todos me conocerán, del pequeño al grande, cuando perdone su culpa y no me acuerde de su pecado.” (Jr 31,33-34).
Conozco un colectivo, concretamente un colegio, en el que con tal de salvaguardar las “cordiales relaciones de la comunidad educativa”·(ahora a cualquier cosa se le llama “comunidad”) tiene un elenco de “normas para la convivencia” de tal magnitud, que es tan extremo el celo por el cumplimiento de las “normas”, que al final se j…. la convivencia.
Jesús no ha venido a abolir, sino a dar cumplimiento. La “Ley” no puede ser una coacción externa obligatoria, ni un mandamiento despótico y tiránico humillante. Solo el que es absolutamente libre cumple la Ley, la finalidad de la Ley. Y hoy lo escuchábamos en la primera lectura: “para que viváis en la tierra que vais a tomar posesión… Estos mandamientos son vuestra sabiduría e inteligencia…”. (Dt 4, 1. 5-9)
“Amar es cumplir la Ley entera” (Rom 13, 10) y, con S. Agustín, “Ama y haz lo que quieras”. Pero, como en los seguros y los contratos, conviene leer “la letra pequeña”.
Pablo Morata