«En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: “A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?”. Y tenía ganas de ver a Jesús». (Lc 9,7-9)
Herodes deseaba ver al Señor, y es que la persona de Jesús nunca puede dejar indiferente a nadie, pues el que no está con Él está contra Él, como dice el mismo Evangelio, recogiendo las palabras del Hijo de Dios.
El sentido de la vida en la tierra no es otro que el de decidirnos a amar y servir a Aquél que vino a este mundo a salvarnos. Frustrar el designio de Dios sobre nuestra vida es elegir vivir sin tenerle en cuenta a Él.
Herodes vivió en un momento real y concreto de la historia, en la Palestina de hace más de dos mil años. Dios deseaba su salvación como desea la salvación de cualquier ser humano por muy pecador que sea.
Para llevar a cabo este designio salvífico quiso valerse de la figura del Precursor que amonestó al Rey con las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca : “No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano”. Estas palabras de gracia y conversión que llegaron a los oídos de Herodes no encontraron respuesta en su corazón. Y fue, precisamente, a través de esta mujer cómo el Rey acabó pecando de nuevo y dando muerte a aquel hombre santo.
La tragedia sucedió en medio de un banquete, de un baile, en medio de circunstancias humanas que ahogaron para siempre la gracia sobrenatural. La sensualidad desenfrenada, un juramento hecho a la ligera y la fuerza de la presión social y del qué dirán acabaron ahogando la semilla que Dios deseaba plantar en aquella alma.
De todo ello podemos aprender la importancia de llevar una vida sencilla y serena, llena de alegrías puras y sin maldad, rodeados de buenas compañías. Las riquezas, los caprichos, el vivir con personas que se engríen de estar lejos de Dios y que solo viven para cosas de la tierra puede hacernos mucho daño.
Después de este pecado el alma de Herodes se cerró para siempre. Si después buscaba a Jesús era como una diversión más, como a una especie de mago que le iba a hacer pasar un rato divertido y nada más. Había perdido la luz de la fe que tocaba su alma cuando, en los principios, escuchaba al Bautista con gusto.
Y Jesús conocía esta actitud de Herodes y no se prestó nunca a su juego.
San Agustín, en una ocasión, dijo: “Temo a Jesús cuando pasa”. Esta frase responde perfectamente a lo sucedido en este Evangelio. El Señor viene a nosotros dándonos su gracia y la respuesta debemos darla hoy y no mañana. Si no aceptamos el dolor sanador que Dios nos pide, y no queremos dar una respuesta y dejar una vida de pecado o un desorden, quizá, no vaya a haber otra oportunidad. El alma se va endureciendo o ablandando a la acción del Espíritu Santo según las decisiones que vamos tomando en la vida. Por eso el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás.
Hijas del Amor Misericordioso