Qué bien se está en casa. Como en mi casa, en ningún sitio. Son dos de las expresiones más comunes que usamos para manifestar el bien incomparable que nos proporciona estar en casa.
También es muy común emplear como sinónimas e indistintamente, las palabras casa y hogar. Y es que su significado es muy parecido. Yo diría que se complementan y que, en el caso de la Iglesia, se identifican: La Iglesia de Jesús, el Señor -mi Salvador y el Salvador de todos los hombres-, es Casa y Hogar.
Puestos a precisar los significados, la casa designa el lugar físico, la edificación construida para ser habitada y brindarnos protección frente a las inclemencias del tiempo, los cambios del clima, y darnos la comodidad necesaria para poder desarrollar las actividades básicas y cotidianas. Es un bien para poder vivir, de primera necesidad.
El hogar es mucho más que el lugar físico y puede ser cualquier sitio donde se juntan o reúnen dos o más. El término proviene del lugar en el que se reunía la familia a encender el fuego para calentarse y alimentarse. Expresa arraigo, pertenencia y refugio -ahí soy como soy y me quieren, y del mismo modo: el otro es como es; le respeto y le quiero-.
Es sentirse en confianza: donde se vive con seguridad, calma, paz… donde me siento comprendido, ayudado, apoyado, animado, querido, y del mismo modo, comprendo, ayudo, apoyo, animo y quiero. No hay hogar perfecto, si bien en un hogar las diferencias pueden y deben ser superadas, al menos, se liman: aprendemos a vivir y a convivir.
La experiencia que tengo es que la Iglesia es el lugar físico y cualquier lugar donde dos o más se reúnen en el nombre de Jesús y confiamos en Su Misericordia. Donde Él siempre está, amándonos y atendiéndonos. Donde se reúne la familia a encender el fuego para calentarse y alimentarse. Él es el Calor; Él es el Alimento. El fuego, es Su Amor y Su Alegría. Es el lugar que formamos y edificamos entre todos: los de dentro y los que vienen de fuera; los que un día se fueron y los que otro día deciden volver.
La Iglesia es el hogar de los brazos abiertos y del Corazón Misericordioso de Jesús, que lo sufre todo, lo comprende todo, y lo supera todo, restableciéndonos. María, Su Madre y Madre Nuestra, está junto a Él: unida a Él, intercediendo por nosotros.
Y la Iglesia es esencialmente misionera, fermento y alma de la sociedad en que vivimos. En ella y por medio de ella, fluye la misericordia.
“Invita a las almas con las cuales estás en contacto a confiar en mi Misericordia infinita. Oh, cuánto amo a las almas que se Me han confiado totalmente, haré todo por ellas”. (294.- Diario de Santa Faustina Kowalska, Mensajera de la Divina Misericordia).
Felicidad Izaguirre.