Al salir de la Sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no le descubrieran Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre Él pondré mi Espíritu, para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su Voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su Nombre esperarán las naciones” (San Mateo 12, 14-21).
COMENTARIO
Jesús, en este Evangelio, nos habla, sin palabras, de la humildad. Él no ha venido al mundo a ser proclamado rey. A Pilatos le dirá que su Reino no es de este mundo. Huirá de la gente cuando le quieren proclamar rey al ver sus milagros…”No he venido a este mundo a ser servido sino a servir y dar la vida por muchos…” (Mt 20, 28).
Comienza este relato diciendo: “Al salir de la Sinagoga”. Y es que cuando meditamos un determinado texto evangélico, conviene leer un poco lo que ha ocurrido antes. Jesús acaba de curar en sábado a un hombre con una mano paralizada. En muchas ocasiones vemos a Jesús curando en sábado, cuando la Ley de Moisés prohibía expresamente ninguna actividad. Parece como que Jesús “provoca” esta situación, una y otra vez.
Es posible que así fuera, no para provocar como lo haría cualquiera; Jesús incide en “…que no se ha hecho el sábado para el hombre, sino el hombre para el sábado…” (Mc 2, 28).
También nos dirá: “…no penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas…sino a darlo cumplimiento…” (Mt 5,17) Y esto, inmediatamente después del “Discurso Evangélico” de las Bienaventuranzas, modelo y guía de toda la enseñanza de Cristo.
Todo esto para decir que sólo la Ley no es suficiente para la salvación, pero es necesaria. El hombre del antiguo Testamento ha de comenzar por los principios, para ir gradualmente caminando con Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14).
Y Jesús se apoya en las palabras proféticas de Isaías (Is 42,3). La caña cascada no la quebrará... ¿no estamos nosotros ahí? La mecha humeante no la pagará… ¿no seguimos ahí?
¡Sí! ¡Nosotros somos esa mecha humeante! Quizá en tiempos sentimos el “fuego de Dios”, el fuego de su Amor. Y algo de nosotros puede aún quedar, algo espera de nosotros Jesús. Nuestra “caña” erguida cuando seguíamos a Jesús, puede haberse encorvado como en el Evangelio de “la mujer encorvada” (Lc 13,10), a la que, precisamente, Jesús cura también en sábado. Una mujer que representa a toda una Humanidad caída y encorvada por el peso del pecado.
Sí, en su Nombre esperarán las naciones. El Salmo 22, del Buen Pastor, nos dice que: “…nos guía por el sendero justo por el honor de su Nombre…”, es decir, pone como garantía de Verdad su Nombre, el Nombre de Jesús. Y es en su Nombre, en Jesucristo, en quien ponemos todas nuestras esperanzas.