Un sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.
Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.»
Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado» (San Mateo 12, 1-8).
COMENTARIO
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, se nos manifiesta hoy en toda su humanidad. Sus discípulos están cansados después de acompañarle por tierras de Galilea. Cansados, y hambrientos. Y según práctica admitida en aquellos tiempos y en aquellos lugares, recogen espigas que los labradores han dejado después de la siega para calmar el hambre de los necesitados. Aquel día era sábado.
Al verlos actuar así, algunos fariseos dijeron al Señor: “Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitido en sábado”
No se preocupan de la situación en la que se encuentran; no manifiestan interés en que aquellos hombres sacien su hambre y puedan seguir después acompañando a Jesús en su caminar apostólico. Lo que les preocupa es que han dejado de cumplir un detalle de la ley.
En el texto de san Marcos que recoge este pasaje, el Señor les dice: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27-28). En el evangelio según san Mateo, Jesús se limita a recordarles la actuación de David en una situación semejante.
“Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes”.
El Señor quiere abrirles el corazón y la mente, para que comprendan bien los mandamientos de Dios, recogidos en la Ley. Hablándoles a ellos, nos prepara a nosotros para que veamos siempre en los Diez Mandamientos, en la Bienaventuranzas, en las Obras de Caridad, en el “Mandamiento nuevo” que nos dio Jesús, en los pecados que hemos de evitar, en las indicaciones que nos da la Iglesia, una clara indicación de Dios para que podamos vivir, en la libertad de los hijos de Dios, su amor en la tierra y caminar en compañía de Jesucristo hasta llegar al Cielo.
¿Cómo hemos de vivir esos Mandamientos?
No los vivamos sencillamente por pura obligación, porque “nos lo ha impuesto Dios”. Hemos de verlos como una manifestación del amor que Dios nos tiene. Así, en pleno uso de nuestra libertad y movidos por el Espíritu Santo, descubriremos que son el camino para amar a Dios, para amar y hacer el bien a los demás. Y viviéndolos, no nos apartaremos de la Luz del Amor de Dios que Jesucristo nos ha manifestado.
“Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa “misericordia quiero y no sacrificio”, no condenarías a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es Señor del sábado”.
El sábado de los judíos es nuestro Domingo, día en que celebramos la Pasión, la Muerte, la Resurrección y la Ascensión al Cielo de Cristo, su triunfo definitivo sobre la muerte y el pecado. Lo celebramos con Él viviendo la Santa Misa y, estando en gracia de Dios, alimentándonos de la Eucaristía: Cuerpo y Sangre de Cristo, pan de vida eterna.
Viviendo con amor la Santa Misa, los Mandamientos y las indicaciones de la Iglesia en la Fe, en la Moral y en la Liturgia, descubriremos esa “misericordia” de la que nos habla Jesucristo, que tanto agrada a Dios, y que nosotros recibimos muy especialmente cuando, arrepentidos de nuestros pecados, Le pedimos perdón en el sacramento de la Confesión, de la Reconciliación.
Así, movidos por esa “misericordia” de Dios, y con la ayuda de Santa María, Reina y Madre de Misericordia podremos vivir también nosotros la misericordia de perdonar a nuestros enemigos; la misericordia de perdonar a todos los que nos han hecho alguna injusticia y nos piden perdón.