Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Mientras me dicen todos los días:
¿Dónde está tu Dios? Diré a Dios: Roca mía,
¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan,
Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?
(Sal 42,3s.10s)
La historia que duele, la que no hemos elegido, la que incide brusca e imprevisiblemente es el misterio donde convergen la voluntad de Dios y la libertad del hombre. Surge la incomprensión de unos acontecimientos adversos y urge interpretarlos, de forma que el dolor se mitigue, apoyado en una causa razonable.
Pero es un error. No todo se entiende con la razón; la realidad a veces rebasa la lógica cotidiana y natural. Cuando aparece la enfermedad o cualquier desgracia que remueve los cimientos de la calma y del sentido común, hay un lastre de sufrimiento ocasionado por la duda, por el desconocimiento: “¿Por qué a mí?, ¿qué he hecho yo?” La religiosidad natural nos inclina al sacrificio y al holocausto, al mercadeo, al único campo visual que vislumbra la razón. Hay que solucionar el problema cueste lo que cueste; esto es: que se haga nuestra voluntad.
Y seremos capaces de hacer cualquier cosa para conseguirlo, incluso rezar. Solo hay un drama mayor que la esclavitud del pecado y es no ser consciente de ella. El príncipe de este mundo es el que tiene mayor interés en explicarnos la historia; y en esos momentos de incertidumbre emerge teñido de un paternalismo salpicado de ironía: “¿Dónde está tu Dios, dónde está ese Dios” (Sal 41), tan bueno, que tanto te quiere?; ¿cómo permite este dolor, esta injusticia? Mira, te voy a interpretar lo que te pasa: “Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan” (Mt 4,1-11). Si te desprecian, si te anulan, si la historia te duele: cambia la historia.
¿Cómo es posible que a ti, que has venido a salvar al mundo, nadie te reconozca, nadie lo sepa? ¿Por qué tienes que sufrir?, nos musita al oído día y noche el gran interpretador. ¡Haz un milagro espectacular! Tírate desde el alero del templo y tus ángeles te cogerán y el mundo te admirará y todos sabrán quién eres. O lo que es lo mismo: cambia la historia. Entonces, ¿por qué el sufrimiento…? Y de nuevo el descifrador: ¿será quizás a causa de vuestros pecados? “¿Quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego? Ni él pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,1-45). Aquí está la clave, aquí la cruz, aquí la resurrección, aquí la vida.
Hay sencillamente quien no comprende la historia y trata de cambiarla. Hay quien no comprende la historia y sencillamente trata de entenderla. Y hay quien no comprende la historia y la vive sencillamente.