«En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”». (Lc 11,29-32)
Duras estas palabras que Jesús dirige a los que le piden ¡una vez más!, una señal para creer en Él. Les dice: “Sois una generación perversa”. No preguntamos el porqué de esta salida tan brusca. La respuesta no es muy difícil. Los necios no aspiran a una experiencia de Dios que vaya más allá de sus sentidos y emociones externas, de ahí su sometimiento. Sí, estáis leyendo bien: sometimiento a toda clase de señales, portentos y milagros. Bajo estas coordenadas es prácticamente imposible que Dios pueda ofreces sus señales internas, la gran señal, el hecho de ser protagonistas del milagro de ver cómo se despiertan lo que los santos Padres de la Iglesia llaman los sentidos del alma: ojos, oídos, paladar del alma, tacto, olfato que nos hace captar el perfume de Dios.
Algo de esto nos dice la esposa del Cantar de los Cantares que es figura de toda alma humana: “Que me bese con los besos de su boca, mejores son que el vino tus amores; mejores al olfato tus perfumes; ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas. Llévame en pos de ti: corramos, el Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con cuánta razón eres amado!” (Ct 1,2-4). Tengamos en cuenta que quien queda anclado en las señales externas queda incapacitado para percibir la gran señal, cuya figura es Jonás, señal que nos dice que Dios ha dado vida a tu alma para que puedas verle, gustarle, palparle, oírle en su Palabra. Nos lo dijo Juan en su primera carta: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida…” (1Jn 1,1).
Antonio Pavía