«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos”». (Mt 7,6. 12-14)
Los astutos de este mundo nos engañan con palabras dulces y empalagosas. No así Jesús, que siempre proclama la verdad. Dentro del Sermón de la Montaña, después de las bienaventuranzas, tras mostrar Jesús a sus discípulos su palabra a las claras: bienaventurados los pobres, alegraos cuando os persigan, no podéis servir a Dios y al dinero, no juzguéis… Va y les dice unas duras palabras: “no deis lo santo a los perros”. No caigamos en el pecado de considerar banalidad la cruz de Cristo, el Gran Misterio que se ha manifestado a los humildes: Jesucristo, Hijo Único de Dios, se ha abajado y anonadado para nuestra salvación.
Los prudentes de este mundo nos dicen “no hagas a otro lo que le pueda molestar, no te metas en líos”. Jesús nos dice haz, sí, haz, no solo no hagas, sino haz al otro lo que quieres que te hagan a ti, haz, métete en líos, como el buen samaritano que se metió en un buen lio al bajarse de la cabalgadura para ayudar a aquel hombre malherido por los asaltantes de caminos. Como el mismo Hijo de Dios que ha bajado del cielo para ayudarnos a ti y a mí, que estábamos malheridos arrojados fuera del camino. Y nos dice: haz tú lo mismo.
Los hijos de este mundo nos prometen anchas puertas y anchos caminos hacía al éxito y el triunfo. No así Jesús, que nos dice la verdad y nos muestra el camino y la puerta que nos conduce a la vida: la Cruz. El camino, la verdad y la vida: la cruz gloriosa de Cristo resucitado.
Javier Alba