«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetasª. Mt, 7, 7-12
La Iglesia nos invita a entrar en el desierto cuaresmal apoyados con tres armas en nuestra lucha contra los enemigos del alma: el mundo, la carne y el demonio. Junto al ayuno y la limosna, la Cuaresma nos invita a vivir una oración más profunda, personal e íntima y combativa. Si queremos aprender a orar tenemos que mirarnos en el Maestro de oración de la vida cristiana que no es otro más que Jesús. Él es el modelo y paradigma de cómo orar, qué orar y cuándo orar. Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre nuestro, sino también cuando Él mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas por una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; y la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación. El Evangelio muestra frecuentemente a Jesús en oración. Lo vemos retirarse en soledad, con preferencia durante la noche; ora antes de los momentos decisivos de su misión o de la misión de los Apóstoles. De hecho toda la vida de Jesús es oración, pues está en constante comunión de amor con el Padre. Viendo sus discípulos el modo de orar del Maestro, han quedado tan impresionado y seducidos que le han pedido: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Esta es la petición que debemos hacer hoy al Señor, desde lo profundo de nuestros corazones: ¡Enséñanos a orar porque no sabemos!
Orar no es fácil es todo un “arte” y necesitamos ser iniciados. La gran experta en el arte de la oración, Santa Teresa de Jesús, definía la oración como un “hablar con Dios como con un amigo, que sabes que te ama”. Jesús mismo nos invita a entrar en esta dulce intimidad: “A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (…). Os he elegido para deis fruto y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15.15-17). En la catequesis de Lucas sobre la oración lo más importante que hay que pedir es el Espíritu Santo (11,13) y en esta perícopa del Evangelio de Mateo que él ha insertado en el Sermón de la Montaña, Jesús nos garantiza que si incluso los malos padres no niegan el pan a sus hijos hambrientos, «¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pida!» (7,11).
Pero… ¿por qué es tan importante la oración? La oración es a la vida espiritual lo que el aire a la vida corporal: si dejamos de aspirar oxígeno, nos morimos. Exactamente ocurre lo mismo con la oración: cuando la dejamos, nuestra vida espiritual se muere. Sin oración, sobreviene la “dimisión” en la vida cristiana. Sin oración no tenemos discernimiento para saber “leer” lo que nos pasa; sin oración el corazón está vacío de pasión y amor a Dios y a los hermanos. Bien podemos acuñar este lema: “Dime cómo oras y te diré como amas”. Hoy necesitamos iniciar a los bautizados en el arte de la oración; hoy más que nunca, se necesitan hombres y mujeres contemplativos y conocedores del corazón de Dios para poder ser samaritanos con los hombres; hoy, si los cristianos no oramos propiciamos que la sal se vuelva sosa y no sirva más que para que la echen fuera y la pisotee la gente, sin oración, los cristianos, somos irrelevantes. Quizás suene a tópico, pero creo que no hay mejor punto de partida para describir la situación espiritual de nuestro tiempo que la conocida frase de Karl Rahner: «El cristiano del futuro o será un “místico”, es decir, una persona que ha “experimentado algo”, o no será cristiano, porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales>>. Sí, esta es la alternativa: o místico=orantes que se saben en manos de Dios, fundamento de la vida, la historia y el porvenir o secularizados=arrogantes que se comprenden autónomos, sin fundamentos y sin esperanza, el hombre es lo que es y nada más.
¿Cómo hemos de orar? A orar se aprende orando, pero tiene sus riesgos y, por ello, necesitamos ser iniciados. Jesús es nuestro gran maestro de oración. Él nos ha enseñado la forma de hacerlo (retirándote a un lugar solitario, levantándote a media noche, orando en cualquier sitio y situación…). También nos dice el modo de hacer oración: con confianza: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11,24); con perseverancia “es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1); en comunión con los hermanos: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en el cielo” (Mt 18,19); estando siempre dispuestos a perdonar: «Porque si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre perdonará las vuestras» (Mt 6, 15); más aún, nos ha enseñado un secreto que consiste en apoyarnos en su nombre: Jesús: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá” (Jn 15, 16). Es hora de decir: Padre nuestro que estás en el cielo…en el NOMBRE de tu Hijo JESÚS: ¡danos el Espíritu Santo!