«Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios”. Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tornad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios”. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros”». (Lc 22,14-20)
Hoy es la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Fiesta es alegría. Alegría profunda por sentirnos amados por este amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
“Se sentó Jesús con sus discípulos”. Jesucristo también se sienta con nosotros en cada eucaristía, y nos invita: “Tomad. Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”. Gratis nos invita al Banquete de la Eucaristía, al gran Banquete de Bodas, a nosotros que estábamos tirados por los caminos, desechados, sin esperanza, muertos vivientes. A nosotros nos recoge de la cuneta de la vida, nos cuida nuestras heridas, nos lleva sobre sus hombros por el camino y nos introduce en el Reino. Gratis, por su cuerpo, que se entrega por nosotros, y por su sangre derramada por nosotros. Esta es la Fiesta.
“No podemos vivir sin la eucaristía”, dijeron los mártires de Abitene en el siglo IV, y dieron la vida por ello. Tampoco nosotros podemos vivir sin la eucaristía, en el siglo XXI. Porque nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestra comunión con los hermanos… no sería nada sin la eucaristía. No podemos vivir sin la eucaristía. Sin eucaristía no hay Iglesia ni comunidad. Eucaristía a eucaristía, el Señor va reconstruyendo nuestra vida, nos va recreando, transformando día a día en la imagen de su Hijo.
La verdadera revolución social en el Imperio romano la produjo la eucaristía; la eucaristía celebrada en pequeñas comunidades transformó el mundo pagano y, como una levadura, fue fermentando la masa del paganismo en el pan del cristianismo. Así también hoy. Así también mi vida y la tuya, de la masa descompuesta por mis pecados y los tuyos, la levadura de la eucaristía nos hace hombres y mujeres nuevos, nos va recreando. Nos transforma día a día en la imagen de su Hijo.
La Eucaristía produce “la fisión nuclear en lo más íntimo del ser… solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo”, dijo Benedicto XVI en una homilía, el 21 de agosto de 2005. Y esto es verdad. Esta es nuestra experiencia. Esto es lo que hemos vivido y vivimos, y de lo que somos testigos, y no solo por nosotros, sino también por muchos hermanos cuyas vidas hemos visto transformadas.
Por eso Jesús, en su inmenso amor, nos dice: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros”, porque Él nos ama, nos amó desde el principio, desde antes de la creación del mundo, y nos amará siempre. Y desea sentarse a la mesa y comer con cada uno de nosotros.
Javier Alba