«En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y m¡ criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: ‘Ve’, y va; al otro: ‘Ven’, y viene; a mi criado: ‘Haz esto’, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”». (Mt 8, 5-11)
Si con este Evangelio de Mateo hiciéramos lo que con un maduro racimo de uvas, apretarlo una y otra vez entre las manos, veríamos rezumar de él el más extraordinario líquido, que da vigor y alegría al corazón del hombre. El Amor del Poder de Dios es para nuestra vida de cada día energía y gozo profundo.
Dios Padre utiliza para el bien de los hombres su poder, por medio de su hijo Jesús. La misma cosa nombramos al hablar de “Poder de Dios” y “Amor de Dios”. La identidad se ve en el actuar de Jesús en todos los milagros; en este del siervo del centurión de Cafarnaún más aún. Mateo, en los versículos 5 a 10 parece tener exquisito cuidado en la narración del encuentro y diálogo del funcionario con Jesús: el relato mantiene una “distancia de hechos” que es una verdadera maravilla de composición. El muchacho “yace en casa”, no está allí con ellos; Jesús interrumpe al centurión con un “Yo iré y le curaré”, que podríamos traducir por “Yo le llevaré la sanación (therapeuso) en persona”.
La reacción del militar romano es un despertar al conocimiento verdadero de quien tiene delante: un Poder que ama y socorre más allá de la condición social de las personas, del tiempo y del espacio. Mandar-obedecer es una estructura de relación en lo que puede mediar el interés, la explotación, el dominio… y el amor. Jesús pone el Amor de Dios: ejerce el poder de mandar sobre la enfermedad y la salud para que la Bondad y Paternidad de Dios se expresen plenamente.
Antes que a su siervo, la misericordia de Dios alcanza al centurión; el rabí judío a cuyo encuentro ha salido es mucho más que un maestro entendido en la Ley: tiene el mismo poder de Dios legislador, que no altera caprichosamente el orden regular de los acontecimientos, sino que lo orienta, lo preside y lo subordina al bien de sus hijos: testigo máximo de esta “lógica” de Dios es Jesús de Nazaret.
Por eso la conclusión de v.13 (conocida de otros casos milagrosos del Señor) va precedida de la admiración de Jesús por cómo el Padre ha iluminado el corazón del centurión, no pudiendo por menos que compararlo con el corazón de tantos en Israel que irán por detrás de los gentiles en el Reino (v 10-12). De otra manera: “Vete, que se haga como has creído” (como has visto que se hará de cierto, podríamos decir) resonó en todo el Imperio Romano, para gozo de los que eran, como el centurión, “temerosos” de Dios.
César Allende García