Jesús dijo una parábola: “Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras él una embajada diciendo:” No queremos que éste llegue a reinar sobre nosotros”. Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo:” Señor, tu mina ha producido diez”. Él le dijo;” Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. El segundo llegó y dijo: “Tu mina, Señor, ha rendido cinco”. A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. El otro llegó y dijo:” Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente, que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. Él le dijo:” Por tu boca te juzgo, siervo malo ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a ese la mina y dádsela al que tiene diez minas” Le dijeron:” Señor, ya tiene diez minas”. “Os digo:” al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia” (San Lucas 19, 11-27)
COMENTARIO
Esta parábola es semejante a la parábola de los talentos que relata el Evangelio de Jesucristo según san Mateo (Mt 25,14-30). Se conoce como “la Parábola de las minas”.
La Biblia de Jerusalén hace alusión en una llamada, a pie de página, en la que refiere una posible alusión al viaje de Arquelao a Roma el año 4 a.C. para lograr la confirmación en su favor, del testamento de Herodes el Grande. El historiador judío Flavio Josefo (siglo 1º a.C.), realizó estudios de la época, muchos de ellos en consonancia con san Lucas; probablemente “bebieron” de las mismas fuentes históricas, ya que los escritos de Flavio, como el libro La Guerra Judía escrito en la primera parte del año 1 d.C. relatan muchos pormenores de la llamada Judea de esa época. Son interesantes las investigaciones del erudito Joaquín González Echegaray del Instituto para Investigaciones Prehistóricas, sobre todos estos temas.
Hasta aquí la Historia. Pero al margen de la Historia, siempre interesante, y muy especialmente los autores indicados, nos interesa la catequesis que, sin duda, nos da Jesús. Tanto en esta parábola como la de “los talentos”, se confirma claramente, que todos los hombres hemos recibido multitud de dones, y gracias para construir ese “edificio” del que somos “piedras vivas” (1P, 2. 5) construidas sobre el cimiento de los Apóstoles (Ef 2,20), llamados para dar fruto, y fruto en abundancia.
Cada uno de nosotros hemos de encontrar estas gracias, estos “carismas” con los que Dios nos ha enriquecido; y hemos de hacerles producir. Y ponernos delante de Dios, en la intimidad de su Tabernáculo, y preguntarle cuál es su Providencia para nosotros: ¿Qué quieres de mí?
No en vano el profeta Jeremías nos dirá, por inspiración de Yahvé: “…Antes de haberte formado yo en el vientre te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado: Yo, Profeta de las naciones, te constituí…” (Jer 1, 5). Podríamos decir que, desde antes de nacer, tú y yo, y todos los hombres, estábamos en la mente del Señor; Él nos ha formado, conoce nuestro barro del que fuimos hechos a su imagen y semejanza, conoce nuestras debilidades…, pero se enamora de nosotros. Si no, ¿qué sentido tiene nuestra Redención? Todo un Dios que se rebaja al hombre y, por amor (Fp 2)
Llama la atención que el señor de la parábola, -que en este caso representa a Dios-, no mira la cantidad que su siervo –nosotros-, aportamos a su beneficio. No le importa si son diez o cinco; lo importante es lo que fue capaz de obtener con sus posibilidades reales, en función de las cualidades que había recibido para conseguirlo.
El que entierra su talento, -en este caso su mina-, por temor al riesgo de fracasar, no satisface a su señor. Incluso le presenta como un siervo perezoso y holgazán, que no arriesga.
Incluso juzga a su señor: “…porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente, que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado…” Juzga a su señor, y, naturalmente, cuando juzga, inmediatamente condena. Algo así como hacemos nosotros. Por eso nos dirá el Señor: “…No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados…” (Mt 7,1) y (Lc 6.37).
La sentencia es clara: “…al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene…” O cree que tiene.
Es importante la oración que la Iglesia Católica reza al Espíritu Santo: “…reparte tus siete dones según la fe de tus siervos…”Por la fe recibimos del Espíritu de Dios, los dones en orden espiritual que nos ayudan en el camino de la salvación. Es el broche de oro de las gracias de todo tipo con que el Señor adorna, por así decir, a los que quieren ser sus discípulos. Y la fe viene por la predicación del Kerygma, el anuncio de la Buena Nueva de Dios que es su santo Evangelio, la Palabra de Cristo (Rom 10,17).