Continúo mis vivencias sobre la enfermedad de mi hermano Paco —se encuentra en un centro para no válidos— que se publicaron en el número 39 de Buenanueva. Como dije entonces, lo que contaba no eran ideas salidas de un tirón, sino la experiencia del día a día que el Señor me fue regalando y en la que yo mismo era el primer sorprendido. Pues bien, la vivencia no se ha estancado y se va llenando de matices. Nada que viene de Dios se estanca, fluye permanentemente mostrando una grandeza que sin Él pasaría desapercibida. Dios es al final la única y gran realidad que se va desvelando entre las luces y las sombras de este mundo, pero los grandes sufrimientos no son fáciles de leer sin su tierna cercanía. Me decido a ponerlo en común sin otra pretensión que la de poder ayudar a alguien, porque para mí está siendo un don de Dios.
Es mucho más auténtico el ambiente del hospital con todos sus sufrimientos que el de la calle donde priman las apariencias. La experiencia me está resultando imprescindible para entender la realidad y valorar mucho más la vida. Con mayor o menor conciencia, normalmente nuestras relaciones adolecen de mucha falsedad, están guiadas por el interés y hay en ellas muchas pretensiones. La mayoría de las veces no tenemos ni conciencia de ello, nos autoengañamos. Cada uno medra para sí mismo contando a los demás lo que quisieran oír, pero que no son sino deseos irreales, porque la procesión va por dentro. Solamente la cruz nos pone en la verdad.
Hay quien mantiene la creencia de que la política —sea de derechas o de izquierdas— sirve para interpretar la realidad y dar un sentido a las cosas, que es un asidero para vivir. Esas personas hacen de la política una auténtica religión y me doy cuenta de que no evolucionan, siguen ancladas en esquemas mentales cada vez más alejados de la realidad, envejecen mal. La interpretación buena de la realidad, la auténtica, está vinculada más bien al encuentro con Cristo Jesús, el Señor de la vida. Solo entonces empezamos a saber quiénes somos realmente y podemos descubrir el auténtico valor de los demás. Y para que ese encuentro se produzca, los sufrimientos que la vida nos depara juegan un papel central y Dios mismo está detrás de ellos.
Esos sufrimientos no son un fin en sí mismo, son un medio, una llamada de Dios para nuestro bien, para despertar de la alienación en la que nos instalamos, para sacudirnos esa lamentable tendencia a banalizarlo todo, para devolverle a la historia su valor, su dinamismo, porque si detenemos la historia recortando de ella las páginas amargas, nos estancamos, nos ensimismamos, Dios desaparece de la escena, le apartamos, y la vida se hace insoportable. La cruz nos devuelve nuestra auténtica dimensión, insisto, nos pone en la verdad.
en el hambre es la comida, en la sed es agua viva
A pesar de los muchos años escuchando la predicación de la cruz, reconozco que muy pocas veces he podido mirarla de frente, que casi siempre he huido de ella. Esa es la verdad, cuando la cruz hace acto de presencia, me suele tirar por tierra, me cuesta fiarme de Dios cuando las cosas no me gustan. Pues bien, gracias a mi hermano Paco estoy entrando en una fase nueva de la vida en la que Dios me está regalando mirar la cruz de frente y esperar en Él. Puedo apoyarme en ella y experimentar en mi carne lo que cantamos en ese himno antiguo y bellísimo que llamamos La Cruz gloriosa: “Árbol de vida eterna, misterio del Universo, de él yo me nutro, en él me deleito, en sus raíces crezco, en sus ramas yo me extiendo; en el hambre es la comida, en la sed es agua viva, en la desnudez es mi vestido… lecho de amor donde nos ha desposado el Señor”.
Este hospital comienza a ser para mí un monasterio, la habitación de mi hermano mi celda particular y Paco la mejor representación del crucificado, un crucificado de carne y hueso. Rezo abiertamente, no interrumpo ni cuando entran las enfermeras y las auxiliares y compruebo que a nadie le disgusta. Comienzo a ver a Jesucristo en mi hermano, Le sirvo en él, Le quiero en él, todo gracias a él se hace más real, las cuestiones relativas a la fe dejan de ser meras ideas.
El Señor me está llevando a tocar la fe, y puedo afirmar con asombro que la vida se engrandece, gana en intensidad, en interés y en belleza, que vivir con fe es vivir realmente. Me pregunto qué será tocar la Caridad…o quizás tocar la Caridad me está permitiendo entrar de verdad en la Fe.
Es esta una historia viva; tan es así que siguen sucediendo cosas, basta mirar con ciertos ojos —sin esos ojos, nunca parece suceder nada—. Lo último es que van entrando en la habitación de Paco pacientes con unas historias tremendas. Yo no les llamo, sencillamente aparecen. Es sorprendente, los que mantienen algo de autonomía buscan una Palabra…, en el fondo, una respuesta al sufrimiento.
cambiaste mi luto en danzas
Un tal Pedro, siendo estudiante de ingeniería se cayó escalando la montaña y quedó parapléjico. Lleva así hace unos quince años y, aunque se expresa con enorme dificultad, mantengo con él conversaciones muy profundas. Tiene una hermana autista de veinticuatro años a la que él quiere muchísimo. Le interroga más la enfermedad de su hermana que la suya propia, que ya ha asumido. Hablando de la fe, como es bastante racional, me preguntó un día cómo puedo decir que veo a Dios, que no lo entiende. Me quedé mirándolo y me salió decirle: “Pues lo veo encarnado en lo más débil, por ejemplo, en mi hermano Paco, y en tu caso, en tu hermana Ana”. Se quedó clavado y con la voz ahogada por la emoción me dijo: “¡Qué cosa tan hermosa! Nunca se me habría ocurrido”.
Al día siguiente, rezando el rosario con mi hermano se animó a unirse con nosotros. Fue el rosario más largo del mundo porque ya digo que habla con enormes dificultades, arrastrando las sílabas y cada avemaría es para él un triunfo. Al terminar, entonó la Salve, Regina, que se sabía desde pequeñito: fue casi ininteligible, pero me resultó bellísima. Desde ese día rezamos juntos el rosario y charlamos sobre el Señor. Puedo asegurar que son conversaciones jugosísimas, porque están presididas por el hambre de saber de Él; hambre por ambas partes, por supuesto.
Es un gran filósofo y el último día empezó a teorizar sobre la inexistencia del infierno. Es cierto que, en principio, choca con lo que sabemos de Dios, que es Amor, y sobre si el pecado no es más que ignorancia —muchas veces no le falta razón—. Todo muy racional, divagaciones para construir la casa desde el tejado y que ayudan muy poco al día a día. Yo me lancé y, con la confianza de tantas conversaciones, le planté el cimiento de la fe, el corazón del Evangelio, que no es sino la estupenda noticia que se nos ha mostrado en Jesucristo. En Él hemos sabido del inmenso amor que Dios nos tiene, un amor que en la cruz se ha mostrado tal cual es, sin límite alguno, hasta la locura, hasta la muerte:
“¡Somos amados, Pedro! ¡Porque sí! ¡Porque Dios así lo ha querido! Y toda iniciativa ha partido de Él, que nos lo ha mostrado y nos lo sigue mostrando cuando menos lo merecemos, cuando no somos buena gente, cuando llenos de soberbia rechazamos a todo el que nos rodea, cuando mentimos, cuando traicionamos, cuando somos sucios, cuando somos violentos, cuando nos convertimos en sus enemigos… Nos ha amado sin pedirnos explicaciones, sin preámbulos que justifiquen nada, sin excusas previas. Nos ha amado como lo hizo con los que lo clavaban en la cruz: ‘Padre, perdónales, no saben lo que hacen’. Nos ha amado como al Buen ladrón, que de bueno no tenía nada: ‘Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso’. Nos ha amado como el Buen Pastor, ha buscado a la oveja perdida dejando a las que estaban a buen recaudo. Nos ha amado como aquel Padre de la parábola que recibe al hijo perdido que le había tirado la herencia a la cara, malgastándola de mala manera, y ha ido por ahí hablando mal de Él…”.
Yo veía que a Pedro se le iba abriendo la boca, y en un lapsus, cogió el móvil, marcó como pudo un número y me dijo: “Por favor, cuéntale todo eso a mi padre”. ¿Qué le pasó? Pues muy sencillo, que de pronto dejó de mirar solo su problema, y cayó en la cuenta del sufrimiento de su padre. Nunca lo había pensado y ahora lo veía con un dolor inmenso clavado en el alma, su situación y la de su hermana, y me estaba pidiendo para su padre la misma alegría que él estaba experimentando, la que procede de escuchar la Buena Noticia del Evangelio.
Me hizo muchísima gracia un día en el que se marchó a rehabilitación y volvió en escasos minutos, arrastrando con sus pies su silla de ruedas. “¿Qué pasa, Pedro? ¿Ya has terminado?” —le pregunté—. “No. Es que hablar contigo me hace mucho más bien que las sesiones de fisioterapia” —me contestó.
me ceñiste de valor para la lucha
Un tal Antonio sufrió un ictus hace ocho años y está totalmente paralizado. Su mente funciona perfectamente, pero no puede mover un dedo, se le cae hasta la baba. Su mujer se llama María y es admirable, no se separa de él. Permanece a su lado un día tras otro, con una alegría y una fuerza que, lejos de menguar, son crecientes. Cuando se habla con ella, se sale fortalecido. No se entiende cómo estas personas pueden con esa situación en la que no se ve el final. Y veo que la fuerza está en el Señor: me consta.
Dios es buenísimo con todos, los ayuda y no los abandona. Tengan mucha o poca fe, no les pide su DNI. María me prestó un libro escrito por un enfermo similar a su marido, que incluso se llevó a la pantalla. Al parecer, lo escribió con ayuda externa a base de seleccionar letras guiñando un ojo, único movimiento que podía hacer. A cambio, le pasé el escrito que hice sobre Paco que al parecer le gustó. Tanto, que lo está fotocopiando y divulgando por el hospital. Me da un poco de vergüenza, pero si a alguien le ayuda, bendito sea Dios. Compruebo que la gente necesita mucho más que el comer encontrar un sentido a tanto sufrimiento.
danos un puesto a tu mesa
Otro día entró una tal Amparo empujando también su silla de ruedas. Me enteré que se tiró al metro hace tiempo. Le falta una pierna y una mano y se comunica con mucha dificultad. Imagino que lo más duro no es su estado físico, sino los sufrimientos del espíritu que la llevaron a esa decisión. No parece ser creyente; por eso me interesa mucho más, porque todos somos creyentes en potencia: basta con un encuentro en unas circunstancias sabiamente preparadas. Sabía mi nombre y entró con un cuadro que había pintado para enseñármelo. Es muy reservada y no quiero forzar nada. Si algún día se abre un poco, me encantaría ayudarla a ver el amor de Dios, que está muy cerca.
El otro día la invité a un café, y cada vez que pasa por el pasillo al cuarto de fumadores —a por el chupete, como le digo yo—, la llamo por su nombre en voz alta. Conmociona siempre oír tu nombre en boca de alguien. Sé por experiencia propia que, cuando alguien te llama por tu nombre, te diferencia de los demás, entra en tu vida y te sientes querido. Ahora, cada vez que pasa, mira hacia el interior de la habitación buscándome. Ojalá esta historia incipiente precise ser contada en otra ocasión.
el Señor está cerca de los atribulados
Hace poco, salí de la habitación para que le hicieran a Paco el cambio postural y, mientras esperaba fuera, me fijé en una chica que sentada en su silla de ruedas en medio de la sala de TV movía la cabeza, como buscando algo en el aire. No responde a estímulos externos, vive en su propio mundo. Pregunté su nombre y la llamé: “Elsa, Elsa…”. No obtuve respuesta, seguía buscando mariposas. Permanecía en silencio con ligeros movimientos de cabeza, pasándose la mano por la frente y mirando paraísos perdidos.
Elsa tiene una belleza serena que impregna de nostalgias y de deseos infinitos de amar sin esperar absolutamente nada a cambio. Ignoro qué puede tener en la mente, ni en qué mundo se encuentra; pero el aparente absurdo de su vida tiene mucho más sentido que tantas vidas tiradas literalmente por la borda por una total falta de sentido, de las que tristemente cada vez conozco más. ¡Eso sí que son sufrimientos!
La miré detenidamente y puedo decir que toqué el misterio con las manos. Sentí en ella una Presencia intangible. Me acerqué, le hice la señal de la cruz en la frente y ella seguía mirando al infinito: “Elsa, ¿sabes? El Señor está prendado de tu belleza, te quiere muchísimo… Está aquí mismo, junto a ti. Lo siento contigo”. Mi extrema sensibilidad me sacude golpes inesperados, y no me permite contener las lágrimas cuando siento cerca al Señor. Aquí me sucedió.
Presiento que ni Paco, ni Pedro, ni Antonio, ni Patricia, ni Elsa, ni tantos y tantos que como ellos pasarán el resto de sus días atados a una cama, a una silla de ruedas y a unos tratamientos y cuidados permanentes, les espera un final feliz visto a nuestros ojos. Pero tampoco lo tendremos los demás, los que hoy día estamos sanos y aparentemente somos válidos. No nos engañemos. Pero ellos sí tienen la clave para que nosotros no tengamos necesidad de alienarnos o de esperar con miedo creciente la llegada del infortunio, de la vejez y de la muerte.
Conviene pasarnos de vez en cuando por estos centros con mirada penetrante, a la búsqueda de Aquel que dispone los acontecimientos y conoce el final de la historia, no el de la película retocada por nuestros miedos, sino el de la caída definitiva del telón, cuando nos encontremos cara a cara con Él, el único sentido de la existencia.
Gracias Paco, gracias Pedro, gracias Antonio, gracias Patricia, gracias Elsa. Os pido un favor, cuando estéis con Él, pedid por mí, habladle de mí como yo lo hago de vosotros día y noche. Y cuando me llegue el momento de partir, echadme una manita. A vosotros nuestro Padre no puede negaros nada, no en vano ha tomado prestado vuestro cuerpo para que su Hijo pueda llevar a esta generación la Cruz, el Árbol de la Vida que nos indica el camino de retorno al Paraíso que perdimos.
Enrique Solana