«Una vez, estando Jesús en un pueblo, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús, cayó rostro a tierra y le suplicó: “Señor, si quieres puedes limpiarme”. Y Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”. Y enseguida le dejó la lepra. Jesús le recomendó que no lo dijera a nadie, y añadió: “Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les conste”. Se hablaba de Él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades. Pero Él solía retirarse a despoblado para orar». (Lc. 5, 12-16)
Lo que más me gusta de este evangelio es ese “Quiero” que el Señor pronuncia casi sin dejar acabar la pregunta a aquel hombre, al tiempo que “lo tocó”. Tan pronto hace el gesto y pronuncia el “Quiero”, la lepra le dejó.
Así debió ser la creación, “Hágase la luz”…, e inmediatamente la luz se hizo. Y así fue también la recreación, “Hágase en mí según tu Palabra” (esta vez en boca de una creatura, María)…, e inmediatamente el Hijo de Dios se hizo hombre. Y así es la prontitud con la que el Señor está presto siempre a ayudarnos. ¡Cuánta frescura aporta al creyente saber de su Dios esa actitud!
Israel abandona una y otra vez a Dios, que se ofrece insistentemente a ser su esposo, pero Él acepta de inmediato con ese “Quiero” esponsal. Dios siempre está dispuesto a sanar. ¡Siempre! Leyendo este texto y otros similares es fácil imaginar a Dios pendiente a cada momento y con todos sus sentidos (valga esta forma de hablar) de cada uno de sus hijos, mirándonos de hito en hito a la espera de un gesto suplicante para responder.
Si un hombre descubre que vive en un mundo de indescriptible soledad a causa de sus pecados, si cae en la cuenta de que ha perdido de vista a Dios y advierte el horror de su pobreza, y de que esa enorme pérdida es ya irreparable porque no hay camino de retorno, porque esa posibilidad no está en su mano y solo queda vivir así hasta el fin de sus días…, tenemos delante al hombre lleno de lepra del evangelio.
Pero no es necesario ir tan lejos, a poco que seamos sinceros y no vivamos alienados, tú y yo estamos también representados en aquel hombre cuando vagamos solos sin apoyarnos en el Señor. Sin Dios la vida se nos cae de las manos como al leproso.
En cualquier caso, aquí se encierra todo el misterio de nuestro paso por la existencia, tener conciencia de estar manchado, saber que esa es la causa de nuestra profunda tristeza, mirar a Jesús, bajar la cabeza y decir: “Señor, si quieres puedes limpiarme”… Y Jesús extenderá la mano, nos tocará y nos dirá: “Quiero, queda limpio”.
Enrique Solana