«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: ‘Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?’. Yo entonces les declararé: ‘Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados’. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”. Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas». (Mt 7,21-29)
El evangelio de hoy presenta la parte final del Sermón de la Montaña. Si quisiéramos resumirlo en una frase quizás fuese esta: no basta hablar, es preciso vivir y practicar .
A diferencia de los escribas y fariseos, la doctrina de Jesús no estaba centrada en la observancia de las normas rituales ni de los preceptos religiosos, sino en la invitación a seguirle y a participar de su vida. Es una doctrina con la que sus oyentes se identificaron porque les hablaba al corazón. Las palabras de Jesús llegaban a los oídos de la gente que sufría como una voz liberadora. Por eso dice el evangelista que “la gente estaba admirada de su enseñanza”. Eran el susurro de Dios que quería romper el yugo de toda ley, haciendo las relaciones entre las personas más fraternas y humanas.
Hay en este evangelio una palabra cardinal: roca, piedra. Es una palabra cargada de inmenso significado y simbolismo: Cristo es la roca sobre la que se asienta toda la ley y los profetas. Pedro es piedra y es la roca sobre la que se construye la Iglesia. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” . En el libro de los Salmos, con frecuencia encontramos la expresión: “Dios es mi roca, mi fortaleza…” (Sal 18,3). Por otra parte la roca es la fuerza, lo que permanece, lo que da seguridad a una casa…. etc. Esa es la vocación del cristiano y a la que Jesús hace este llamamiento: convertirse en piedras vivas por la escucha y la práctica de la Palabra. La misma recomendación hace Jesús a la mujer que elogió a María su madre. Jesús le respondió: “Felices los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11,28).
Pues bien sobre todos estos signos tan explícitos y fáciles de entender por aquellas gentes que le escuchaban, Jesús habla hoy de la vida del cristiano; la vida puesta sobre arena, sobre lo que es contingente, sobre lo que hoy es y mañana perece, sobre lo que es inestable, la moda, etc. Toso eso pasa, cae, se destruye. Sin embargo, aquello que está construido sobre algo fuerte, duradero, sólido, la roca… eso permanece para siempre. Es así de simple, de sencillo y fácil de entender para todos.
Oír y poner en práctica, esta es la conclusión final del Sermón del Monte. Mucha gente trataba de buscar su seguridad en la observancia de la ley. Pero la verdadera seguridad no viene del prestigio, ni de las observancias. No viene de nada de esto. ¡Viene de Dios! Son miles las actividades que se hacen en el mundo y que hace la Iglesia por el bien de los pobres y necesitados. Y eso está muy bien, porque como dice el apóstol Santiago: : “La fe sin obras es una fe muerta”, pero tantas veces nos hemos olvidado de lo más importante, de Dios, de donde nace todo bien. Porque el primer y el segundo mandamiento van unidos. No tiene sentido el uno sin el otro. Y todas las obras, toda la caridad, todos los mandamientos emanan del primero. Ya lo dice San Pablo en su epístola: solo la caridad y el amor permanecen. Solo eso importa.
No es por tanto a una piedad y a una fe vacía a lo que llama Jesús en este evangelio, sino a cumplir la voluntad de mi Padre. Y la voluntad del Padre se resume en el amor a los demás, a todos los hombres, sin distinción. Pero sabiendo que todo bien, que todo lo bueno tiene su origen en Dios. En Él se sustenta y de Él nace. Porque Dios siempre es la referencia, el origen y la roca que sostiene, que da seguridad y permanece siempre.
Valentín de Prado