Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre (San Juan 6, 51-58).
COMENTARIO
Jesús como el pan dado por su Padre bajado del cielo, del que hay que comer mediante la fe, es la expresión mediante la fórmula de la permanencia mutua, El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Esta permanencia designa la vida cristiana como tal, el discipulado cristiano se define por la permanencia en la unión con Cristo.
Necesitamos cada día más esa relación que nos da vida. La eucaristía es el pilar central de nuestra fe, en ella compartimos la mesa y la fe, nos nutrimos de su Palabra, pero también de su Cuerpo y su Sangre, que son promesa eterna.
La Eucaristía es la fuente y cima de toda la evangelización de la Iglesia y Jesús quiere resaltarnos que nosotros, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer y como ejemplo que hay que seguir. Él no es sólo alimento; es también nuestra mejor compañía. Ven, Señor Jesús.