Martha Morales
San Juan Pablo II dijo: “Nacimos para ser felices, no para ser perfectos”; pero a veces no pensamos en esto sino en brillar con luz propia, en viajar y en tener dinero. El mundo se mueve por títulos, por documentos, por política y por dinero, pero penetrar en el Misterio del Hijo de Dios, no se compra sino se gana, y quienes deseen ganar esa relación deben tomar su cruz y hacerse expertos en Amor.
Sobreabundan los fanáticos y eso no es lo que distingue al verdadero cristianismo, sino el testimonio de amor sobre el cual se levanta cada instante de su vida. Para ser expertos en ser imagen de Jesucristo, hay que ser expertos primero en Amor y lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33).
La superficialidad con que camina el hombre le lleva a ser espiritualmente mediocre y a que le aburran las cosas de Dios. Joseph Ratzinger nos centra sobre el objetivo de la esperanza. Escribe: “Un mundo futuro mejor no es asunto de la esperanza, la meta de la esperanza es la vida eterna” (Ratzinger).
“De Dios obtenemos tanto cuanto esperamos”, escribía San Juan de la Cruz. Esta es una verdad verdaderamente liberadora.
Abraham fue agradable a Dios, porque creyó y esperó contra toda esperanza. Nosotros también esperamos contra toda esperanza. Esperamos que este matrimonio se va a arreglar; que vamos a encontrar sentido a esta contrariedad… Cuando dices: “Esto no lo arregla nadie”, es cuando se va a arreglar, allí es cuando hay que ejercer la fe. Hay que decirle a Dios: “glorifícate”.
San Juan Bosco decía: Tengan fe en Dios y prepárense a ver milagros. Y también decía: Las grandes cosas ocurren en el corazón del hombre.
La buena noticia es que más grande que tu problema es el poder de Dios. Hemos de decirle a los hombres que Dios es Todopoderoso.
En sus Confesiones San Agustín dice que el hombre es “un gran enigma” (magna quaestio) y “un gran abismo” (grande profundum), enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma. Esto es importante: quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo, alienado de sí mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su identidad.
Ayuda mucho pensar en lo que recomienda San Pablo: Los cristianos, “en medio de las adversidades de esta vida, hallan fortaleza en la esperanza pensando que los padecimientos del tiempo presente son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (cfr. Rom, 8,18).
Santa Teresa de Jesús escribe: Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (excl. 15,3).
¿Qué espero? ¿Tengo un motivo para vivir? La conversión y salvación de muchos. Consolar a Dios: tiene mucho sentido. Espero ir al Cielo, donde no hay lágrimas, ni muerte, ni llanto ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado (Ap 21,4).
Al final de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud… La Sagrada Escritura llama “cielos nuevos y tierra nueva” a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21,1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza” (Ef 1,10). (cfr. CEC n. 1042).
Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres (GS 39,1 y CEC n. 1048).
Anima lo que escribe San Bernardo: “Toda alma, aunque se halle cargada de vicios, envuelta en pecados como entre redes, captada por los deleites, cautiva en su destierro (…), oprimida de dolores, errante y vagabunda, roída de disgustos, agitada de sospechas (…), aunque se encuentre sumida en la mayor desesperación y se sienta ya como condenada, puede –si quiere- desandar su camino y hallar en sí misma energía suficientes no sólo para respirar con la esperanza del perdón, sino también para atreverse a aspirar a las celestiales bodas del Verbo, contraer la más íntima alianza con Dios y llevar el yugo suave del amor con el Rey de los ángeles. Porque ¿qué no puede emprender con confianza cerca de Aquel de quien sabe que lleva impresa en sí la imagen y semejanza” (Sermón LXXXIII, p. 1263). Sólo con el amor puede la criatura pagar equitativamente y con algo semejante a su Autor.
¿Por qué tener esperanza? El Papa Juan Pablo I contestó: Porque nos agarramos de tres verdades: “Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a sus promesas. Y es El, el Dios de la misericordia, quien enciende en mí la confianza; gracias a Él no me siento solo, ni inútil, ni abandonado, sino envuelto en un destino de salvación, que desembocará un día en el Paraíso” (Joaquín Navarro-Vals, Fumata Blanca, Rialp Bolsillo, Madrid 1978, p. 107).
San Agustín dice que el verdadero Aleluya lo cantaremos en el cielo. Aquél será el Aleluya del amor pleno; éste de acá abajo es el Aleluya del amor hambriento, esto es, de la esperanza. El Papa Benedicto XVI dijo que a pesar de las tempestades y devastaciones producidas por el mal, por el hombre y por Satanás, hemos de confiar porque Dios guía al mundo (sept 2004).