«Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’”. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino». (Mt 2,1-12)
- No me preguntes por qué, pero no me gusta mucho la Fiesta de los Reyes Magos: hace tiempo que hay algo que se me atraganta y que no tiene nada que ver con aquellos 5 y 6 de enero de mi niñez (hace más de setenta años), donde todo era algo más que ilusión; y, aunque no cesaban los panderos y las zambombas con el «Ande, ande, ande, la marimorena…», había un espíritu navideño que te acercaba al Niño Jesús, sin la solemne tabarra de los «peces en el río», que ya no sé si quedan peces en él, o si el río ha desaparecido porque ya se han bebido toda el agua, que no sé ahora dónde va a lavar la Virgen tanto pañal. Un plumier y un sacapuntas me hacían feliz; hoy nadie se queda contento con una riada de regalos que aquellos Reyes Magos desconocen. Me alegra el corazón ver el semblante de alegría cuando los niños reciben un regalo, pero eso puede hacerse también en la calendas de mayo, de agosto, etc. Y me entristece sobremanera ver a tantos chavalitos que no reciben regalos en cualquier otro día del año, mientras a otros, el 6 de enero, les duran lo que un cañamón a una bandada de jilgueros. Me carga el rollo de los camellos, las carrozas, los pajes, el zurrón de los pastores, las comilonas, el roscón, el panetone, las campanitas, las estrellas, los arbolitos pijos y artificiales, los infinitos anuncios de televisión sobre turrones, cavas, fragancias, tabletas, móviles, y toda clase de joyas; y me chirrían muchas representaciones teatrales de niños y figurantes haciendo de reyes extravagantes ofreciendo sus cofres, que sirven para babeo de padres y abuelos, mientras los cofres de los corazones siguen herméticamente cerrados y, lo que es peor, vacíos. Ya nos metieron gol por toda la escuadra con la siniestra y sombría fiesta de Halloween, cambiándola por la de Todos los Santos; ahora ya no cuenta los Reyes Magos, sino el gordinflón y tontito Papá Noel, y me molesta el femenino «Santa» en su denominación estadounidense intrusa «Santa Claus».
- No creo que los tres Magos fueran reyes, a no ser que rey fuera quien tuviera unos cuantos amigos o servidores —en cuyo caso todos somos reyes y no digamos los gitanos, que lo son todos por llevar sangre de reyes en las palmas de las manos: ¡pues yo más!, porque Cristo me lleva tatuado en las suyas (ver Is 49,16)—, y menos creo eran magos, ya que apenas conocerían algunas estrellas del firmamento. Podrían ser tres o media docena; ni me parece que los cabellos de la Virgen fueran de oro y tuviera un peine de plata fina… ¿Y por qué Jesús no era Jesús de Belén y sí Jesús de Nazaret? Cuando tuve la ocasión de pasar dos veranos cerca de Colonia (Alemania), no pude menos que sorprenderme en demasía porque allí tienen las reliquias de los tres Reyes…, cosa que a mí me sonaba a las docenas de clavos de la cruz de Cristo que han aparecido, o las varias cabezas de Juan Bautista, etc. ¿Y qué pasó con el borrico con el que llegó la Virgen a Belén? ¿O era la mula de la cuadra? Y si no lo era, ¿por qué no aparece el borrico como tercer «radiador» en el pesebre? Un servidor se fue un poco a escondidas al pesebre de Belén y , sin llegar allí, me volví escandalizado, porque me encontré con un montón de pastores que regresaban , cabizbajos, sombríos, sorprendidos y aturdidos, pues se habían encontrado recostado en el pesebre nada menos que… a Bob Sponja. Ya sé que en todo esto juega mucho la alegoría, pero es que la alegoría cristiana se asienta precedentemente en dos pilares —el sentido literal y el moral del texto—, mientras que la alegoría pagana se alimenta de la alharaca, el boato y de las creaciones de la imaginación revestidas de oropel. En fin, que en todo esto nos hemos quedado en la fábula que bordea la realidad, sin entrar en ella, o que esta, sin más, ha sido sustituida por la Gran Fábula en la que se esconde el Maligno, signo del nuevo paganismo pomposo y lúgubre en medio de tantas lucecitas de colores. Y, sin embargo, en lo profundo de mi ser sigo creyendo en el precioso misterio de los Reyes Magos. Que me guste más hablar de la Epifanía del Señor, es algo que el lector seguramente comprenderá…
- Así como en el Edén hubo un Protoevangelio, después de la «caída» de nuestros primeros padres para prometer la salvación a todo el género humano por medio de la Descendencia de una mujer que aplastaría la cabeza de la Serpiente, también, poco después del nacimiento de este Niño en Navidad, hay una epifanía, esto es, una manifestación o exposición de aquel Niño a los paganos: eso era el cumplimiento de aquella profecía del Génesis que venía a decir que «Dios está con nosotros», que por eso se llama «Emmanuel».
- Lo que nos interesa, pues, es el núcleo del Evangelio de hoy, que tiene dos caras, la doctrinal y la parenética. En cuanto a la primera, nuestros magos «entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). Ese gesto latréutico de reconocimiento del Salvador es el que da sentido a todo el misterio de la Navidad y de la Epifanía, algo que no parece se vea en todos estos montajes sociales que nos hemos creado en torno a estas fiestas, pues ¿quién se ocupa de adorar al Señor, a ese Niño, el mismo Verbo de Dios encarnado?
- La otra cara moral es el final del texto de hoy: «Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino» (v 12). La verdadera doctrina es la que se manifiesta en la vida: se vive lo que se cree y se cree lo que se vive. Aquí está el termómetro de nuestra fe: se te invita a olvidarte de Herodes, de toda la parafernalia y alienaciones de este mundo, porque, si es verdad que te has encontrado con ese Hijo de Dios, no puedes seguir por la vida recorriendo «tu» camino: se te invitar a recorrer «otro» camino, a reproducir en ti la imagen del Verbo encarnado, haciéndote semejante a Jesucristo, el verdadero «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). El ciclo de estas fiestas se cierra con la del Bautismo del Señor, donde la gente lee las credenciales de lo alto que certifican la predicación del Hombre del Jordán: solo que ahora pasarán treinta años, no nueve meses, para que esa Palabra germine y madure y se haga comprensible por los oyentes: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).
Jesús Esteban Barranco