«En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando». (Mc 6,1-6)
Nuestra naturaleza aspira a la seguridad; siente que sin ella no puede alcanzar metas importantes. Por lo mismo, rehúye el fracaso, la contingencia y la inseguridad.
Los estrategas de la economía, por ejemplo, se sientan a planear cómo ganar más, o cómo conseguir grandes resultados en sus inversiones, y huyen de cualquier signo de duda. Y, sin embargo, por propia experiencia, es en los momentos de mayor debilidad cuando la persona se abre a un conocimiento propio, de sí misma, que en ninguna otra situación alcanza.
Un peligro que se deriva de toda situación de poder es el afán de dominar, no solo por poseer el mayor cúmulo de bienes materiales, sino también por el ejercicio despótico sobre las personas. ¡Qué difícil es encontrar a quien convierte su capacidad en servicio magnánimo!
Jesús quiso pasar por este mundo con la sencillez de un vecino de Nazaret, de un paisano de Galilea, de tal manera que, cuando salió a predicar, cundió la extrañeza, y sus conciudadanos se preguntaban: “¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?”
El papa Francisco ha advertido a los sacerdotes que evangelizar no es hacer proselitismo. Y ha afirmado: «Las dos columnas sobre las que se apoya el cristianismo: las Bienaventuranzas y Mateo 25, que es el protocolo sobre el que vamos a ser juzgados» (Roma, 12 de junio, 2015).
Quienes ponen su confianza en la fuerza, en el poder, en el tener, se resisten a dejarse conducir y acompañar por la fe. Dice el Evangelio que Jesús, al ver la incredulidad de sus paisanos, “se extrañó de su falta de fe”.
En un tiempo de increencia se puede tener la tentación de articular un método de difusión del Evangelio con las categorías empresariales de este mundo, y aunque no se podrá prescindir de las técnicas y herramientas pedagógicas, el secreto de la difusión del cristianismo nos lo ha dicho el mismo Jesús, la atracción por el amor, por la alegría, por el modo de vivir.
Tanto el papa Benedicto XVI, como el papa Francisco nos han invitado a difundir el Evangelio por el método de la fascinación, como lo hizo Jesús.