En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En eso le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:
-«¡Animo, hijo!, tus pecados están perdonados».
Algunos de los escribas se dijeron:
-«Éste blasfema».
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:
-«¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate- y echa a andar»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados – entonces dice al paralítico -: «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa»».
Se puso en pie, y se fue a su casa.
Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad. (Mateo 9, 1-8)
El evangelista San Mateo aborda directamente en el capítulo 9 de su Evangelio el milagro conocido como “la curación del paralítico”.
Sin embargo, es interesante el contexto en que los otros Sinópticos introducen este milagro. “Y vinieron trayendo un paralítico llevado entre cuatro y como no podían presentárselo por el gentío, abrieron la techumbre encima de donde El estaba y descolgaron la camilla”. Este hecho es el trampolín que va a permitir que se realice el doble milagro de Jesús en favor de este hombre y ciertamente, también, en favor de sus amigos que acudían llenos de fe, haciendo aquella extraña maniobra para conseguir el mejor sitio para el paralítico.
El amor sincero y la amistad que aquellos cuatro hombres tenían al paralítico conmovió inmediatamente el corazón del Maestro. Lo habían hecho todo por el amigo, habían vencido todos los obstáculos, desarrollado su ingenio de aquella forma tan graciosa y particular… habían demostrado que el amor todo lo puede, todo lo supera, todo lo espera. Omnia vincit amor.
La caridad que viene de lo alto asume el amor natural y utiliza todo su dinamismo. Hay que amar especialmente a los amigos, a los padres, al esposo…Esa serie ascendente resulta válida tanto para el amor natural como sobrenatural. La gracia perfecciona la naturaleza, no la destruye. La gracia no cae en el vacío como un meteoro, sino que está llamada a ser una semilla que cae y se hunde en la tierra para germinar en una criatura nueva.
Existe pues un intercambio mutuo entre el amor humano y el amor divino. El amor humano facilita el amor divino y el amor divino da robustez al humano.
Este amor humano de verdadera amistad entre aquellos cinco hombres, este deseo compartido de ver restablecida la salud del amigo, es acogido por el Corazón de Cristo que siempre excede con sus dones cuanto podemos concebir y desear.
Pero eso sí, primero la sanación del alma y después todo lo demás: “¡Animo, hijo! Tus pecados están perdonados.” Primero la paz con Dios, la vestidura blanca que abre la puerta del paraíso, la semejanza de Dios en el alma y luego, luego sí, también la salud, la alegría del alma compartida también por el cuerpo. Pero primero el cielo, lo eterno, después lo terreno y temporal.
Seguramente y, aunque el Evangelio no nos lo dice expresamente, los cuatro amigos quedaron tocados y favorecidos por aquella gracia que se otorgaba al amigo. Si ya venían llenos de fe, después de este milagro, su fe creció a la par que aumentó su caridad.
La caridad y la fe caminan juntas, como cogidas por el brazo. La fe aumenta el amor y el amor acrecienta la fe.
“Amaos como Yo os he amado”. Cristo lo da todo. Y si algo nos falta podemos estar seguros de encontrarlo en El.
El amor de Dios y del prójimo son la plenitud de la ley. Amando al prójimo podemos llegar a encontrarnos con Dios como les pasó a estos hombres. Para darnos a los demás con amor y abnegación necesitamos creer mucho, mucho, en la potencia misteriosa del amor, de un amor total y desarmado que se da completamente y sin límites.
La escuela del amor dura toda la vida. El amor es una ciencia inagotable, inacabable, de horizonte ilimitado pues es la misma esencia de Dios.
Pero hay que ser humilde y sencillo y empezar por lo pequeño. Empezar amando a nuestra propia familia, amigos…y dejar que la gracia vaya dilatando nuestros corazones para que cada vez quepa más gente hasta llegar a amar al mundo entero.
Los Santos, que son los grandes maestros del amor, han ensanchado siempre su corazón deseando albergar a todos. San Ignacio lo expresa en aquella frase célebre que aparece consignada en el libro de los Ejercicios: “El amor cuanto más universal más divino”.
No nos realizaremos plenamente si no nos entregamos al amor. Y Cristo nos da el referente al que todo cristiano debe tender asemejarse:
“Que sean uno como nosotros somos uno”, no existe mayor unidad que esta. Ninguna de las Personas se reserva nada para sí, todo en ellas es compartido: poder, sabiduría, honor …Todo lo hacen, lo hablan y lo desean a la vez. No obstante ¿existe personalidad más marcada que la del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Cada una de ellas al comunicarse, y solamente al comunicarse afirma la integridad de su naturaleza; cada una de Ellas se opone a las otras con tal vigor que solo esta mutua oposición es lo que la constituye como Persona. Este es el modelo de la comunión humana a la que el Señor nos llama.
El hombre abrasado de caridad es aquel que nunca se satisface con la caridad que ha ejercido. Sabemos bien que la meta es inalcanzable mientras vivimos. Decía Kierkegaard que el cristianismo entiende de amor y de amar más que ningún poeta, pero sabe que nunca acabará de entender del todo.