Guido Menzio es un brillante profesor de Economía en la Universidad de Pensilvania. El 5 de mayo embarcó en un avión de American Airlines (vuelo 3950) que de Filadelfia, haciendo escala en Siracusa, le llevaría a Kingston (Canadá), donde iba a participar en un congreso. Como es típico de alumnos, y también de profesores, Menzio no había hecho los deberes con antelación y se propuso aprovechar las horas de vuelo para terminar su ponencia. Concentrado en el trabajo, apenas reparó en la mujer que tomó asiento a su lado. Era rubia, vestía ropa deportiva y rondaría la treintena, según advirtió Menzio sin fijarse demasiado. La mujer intentó de modo reiterado entablar conversación con él. El profesor respondió con negativas breves y desganadas, por lo que su vecina, tras verse rechazada, desistió.
Pero la cosa no quedó ahí. La mujer escribió algo en un papel, llamó a la azafata y se lo entregó. Ajeno a lo que sucedía a su alrededor, el profesor Menzio seguía enfrascado en sus ecuaciones. Después de una espera de media hora en la cabecera de la pista, el avión regresó a la puerta de embarque. La mujer comentó de pasada que se sentía mal y descendió del avión, acompañada por una azafata. Un instante después, Menzio vio sorprendido cómo el piloto se dirigía a él y le ordenaba desembarcar. En el vestíbulo le esperaban varios hombres vestidos de negro que se identificaron como agentes de la Transportation Security Administration (TSA). “Me preguntaron por mi vecina. Les conté que no había notado en ella nada extraño. A continuación me dijeron que esa mujer me consideraba un terrorista, debido a que estaba escribiendo cosas extrañas en un papel”. Los agentes examinaron los papeles de Menzio y todo se aclaró: las ecuaciones diferenciales pueden infundir terror en algunos estudiantes, pero no constituyen amenaza alguna para el tráfico aéreo. Tras las disculpas de rigor, el avión pudo despegar, con algo más de dos horas de retraso y sin la mujer.
El incidente ocurrido a Menzio ha tenido repercusión nacional e incluso internacional: “La rubia y el terrorista”, titulaba su crónica el Frankfurter Allgemeine Zeitung. En una entrevista concedida al Washington Post el profesor denunciaba la paranoia que rige los aeropuertos norteamericanos. También criticaba a los agentes de seguridad y a su vecina de asiento, por supuesto. Sin duda que le perjudicó su fenotipo latino -pelo negro, tez más bien oscura-, pero eso no justifica la desproporcionada reacción.
Esta anécdota ilustra a la perfección el avance de la “cultura de la sospecha”: alimentada por el miedo –al terrorismo, a los extranjeros, a los otros en general–, crece poderosa en el suelo fértil de la desconfianza. Lo que es una preocupación razonable y una ayuda necesaria para la supervivencia puede adquirir dimensiones exageradas y acabar en una paranoia ridícula. El incidente del vuelo AA 3950 no constituye un hecho aislado: en la rueda de prensa subsiguiente, el portavoz de la compañía aérea se vio obligado a reconocer que ese tipo de falsa alarma se da con cierta frecuencia. Cuando no hay confianza, las personas y las organizaciones recurren a la denuncia siempre traumática, y prefieren dirimir sus diferencias ante los tribunales. La vida colectiva se judicializa: ganan los abogados y pierde el conjunto de la sociedad. La convivencia se enrarece y la pérdida de capital social nos empobrece a todos. Recuperar ese pegamento social que es la confianza exige tiempo y esfuerzo, por lo que urge comenzar ya.
Alejandro Navas
Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
Pamplona, 19 de mayo 2016