Cuando los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se entrevistaron con los alemanes que vivían en las cercanías de los campos de concentración nazis, quedaron perplejos y horrorizados por la naturalidad y la parsimonia con la que, aquellos respetables y educados ciudadanos, se habían habituado al sistemático y espantoso exterminio de incontables víctimas indefensas e inocentes.
La misma perplejidad que mostraba George Steiner en uno de sus libros, al relatarnos cómo en uno de aquellos vastos campos de concentración, sus impecables e implacables diseñadores decidieron conservar un bosquecito porque había sido muy apreciado en su día por Goethe, quedando así incorporado al plan urbanístico del Horror en un gesto de insultante delicadeza. Se trataba de alemanes respetables y decentes como cualquiera de nosotros, de notable sensibilidad artística y sentimental, a quienes una letal combinación de ignorancia, propaganda, comodidad, cobardía y egoísmo les había hecho asumir como la cosa más natural del mundo la impune y literal eliminación de tantísimas vidas inocentes. Las chimeneas humeantes de los campos de concentración, en cuyos hornos crematorios los matarifes nazis se deshacían de los cadáveres de sus víctimas, se habían transformado ante la mirada de aquellos respetables burgueses en algo completamente natural y para nada inquietante.
la complicidad de los pasivos
Algo ha dejado también de funcionar en la sociedad española, cuando el Estado incurre en la irracionalidad de retirar su protección al ser humano concebido y no nacido, transformando en un derecho la supuesta libertad de sus madres para decidir sobre su vida o su muerte. Algo ha sucedido en las cabezas de los ciudadanos españoles cuando los políticos y los partidos con representación parlamentaria a los que votamos, abandonan prácticamente al unísono su responsabilidad política en la defensa del bien común, tolerando y aun alentando que se atente contra la vida humana. Algo ha trastocado nuestros corazones cuando asistimos impávidos a la soledad y abandono a que son sometidas las madres vulnerables, tanto por parte del Estado como por gran parte de la sociedad civil, abocándolas a buscar en el aborto una falaz solución que atenta contra su propia naturaleza y contra el mismo bien común.
Sabemos que genocidio nazi y aborto nos son fenómenos comparables, pues en un caso es el mismo Estado que se implica en matar por razones ideológicas y en el otro el Estado lo que hace es desatenderse de la defensa de la vida; pero si es comparable el fenómeno social de quienes miran para otro lado y dejan hacer como si no fuese con ellos el lamentable y espantoso hecho de que, en su entorno, se ataque a la vida de forma sistemática.
Las víctimas oficiales contabilizadas actualmente de esa otra forma de exterminio de seres inocentes que es el aborto, alcanzan en la actualidad la escalofriante cifra de varias decenas de millones en el mundo y más de dos millones en la propia España, sin que los españoles hayamos apenas empezado a despertar masivamente para propagar y defender una cultura de la vida que acoja, apoye y envuelva de cariño a esas otras víctimas que son las madres embarazadas con problemas, impelidas por propios y extraños a tomar una decisión que en todos los casos les causa un daño irreparable.
alta traición
Por eso, el próximo 22 de noviembre los españoles de buena voluntad, independientemente de nuestras creencias religiosas y/o simpatías partidistas, no podemos quedarnos en casa y no acudir a defender la vida, la mujer y la maternidad, en las calles de nuestras ciudades, mostrando de nuevo con nuestra presencia que la vida constituye un bien absoluto, además de un derecho fundamental, que no puede quedar jamás en manos del legislador ni del gobernante de turno.
El 17 de octubre del 2009, cientos de miles de españoles salimos a las calles de Madrid para mostrar nuestra repulsa ante la difusión y aplastante presencia de esa cultura de la muerte en nuestro país, sin que ello impidiera a los entonces gobernantes del PSOE en España el sacar adelante la inicua y vigente ley del aborto.
Pero se logró entonces que Rajoy, el jefe del partido que podría gobernar España, se comprometiese públicamente a derogar dicha ley si accedía al poder. El PP concurrió a las elecciones, adquiriendo el expreso compromiso con sus votantes de defender la protección de la vida y la maternidad. Ganaron con mayoría absoluta. En Consejo de Ministros se aprobó un anteproyecto de ley de protección de la vida del concebido y los derechos de la embarazada. Ante las presiones de otros grupos políticos, los diputados del PP rechazaron en votación secreta parlamentaria la retirada de dicho anteproyecto.
Pero Rajoy, para sorpresa de todos e indignación de muchos, en un breve encuentro con periodistas en la calle, comunicó a los españoles que abandonaba dicho anteproyecto alegando la falta de consenso, así como el inconveniente de que cualquier cambio sería inmediatamente derogado por otro partido en el gobierno. El entonces Ministro de Justicia, Alberto Ruíz-Gallardón, en un acto de admirable coherencia y valentía, dimitió de forma inmediata.
Nuestro actuales gobernantes afirman ahora que en el caso del aborto no se trata de un problema político sino de un problema moral y que, no existiendo consenso social sobre el asunto, el Estado debe proteger un supuesto derecho sobre la vida o la muerte de los concebidos no nacidos, eso sí, no apoyando a sus madres en absoluto excepto en el caso de que opten por abortar.
una responsabilidad ineludible
Ante esos lamentables, tristes e inesperados hechos, se ha convocado una masiva y unitaria manifestación para el próximo 22N, «Por la vida, la mujer y la maternidad», convocatoria realizada por organizaciones civiles no confesionales y apartidistas como el Foro Español de la Familia, la Fundación RedMadre, la Federación Española de Asociaciones Provida, CONCAPA, etc. Dicha manifestación contribuirá a la consolidación de la progresiva recuperación de la conciencia de nuestra sociedad, y de su clase política, en favor de una cultura abierta a la vida y la defensa de las personas más indefensas e inocentes —desde su concepción hasta el ocaso por causas naturales—, a que cualquier posible nueva legislación futura sea mucho más restrictiva, contribuyendo cuando menos al fundamental e imparable proceso de avance que impulsará a que la sociedad española en su conjunto recupere finalmente, de forma total y definitiva, el amor incondicional a la vida y el sentido común.
La defensa de la vida representa un combate de largo recorrido y a la largo plazo, en el que hay que ir poco a poco sembrando en el conjunto de la sociedad —incluida la clase política— las poderosas razones y argumentos que reviertan la deriva que la cultura de la muerte ha traído a Occidente, provocando un literal suicidio demográfico en Europa y muy especialmente en España.
En la lucha por la defensa de la vida, de cuyo triunfo podemos estar seguros, pero de cuya duración no podemos hacer pronósticos, todos somos necesarios y a todos nos incumbe una profunda y grave responsabilidad. A todos, independientemente del credo religioso que en su caso profesemos y de nuestras simpatías políticas. Cada vez somos más y cada vez estamos más cerca de lograrlo. Por eso, no debemos limitamos ni restringir la denuncia de esa cultura de la muerte al ámbito de nuestra intimidad; ni debemos tampoco reducir nuestra disconformidad y espanto a la mera queja privada y al silencio de nuestro descontento.
Hemos de salir a la calles de Madrid el próximo 22N, para que nuestra voz en su defensa sea escuchada en toda España y más allá de nuestras fronteras. Hemos de recuperar la alegría de la maternidad y la paternidad y, por supuesto, el valor absoluto e incondicional que, en todo momento y circunstancia, representa la vida de todo ser humano.
Los nazis no hubieran podido llevar adelante su ingeniería exterminadora de seres inocentes e indefensos en los distintos campos de concentración, si las personas normales, sencillas y sensatas —como los somos usted y yo— hubiesen asumido la responsabilidad que cada ser humano tiene con su prójimo, aportando su granito de arena para apoyar a los más débiles. Cierto que entonces se podían jugar incluso la vida. Pero no es ese el caso en la actualidad y las madres embarazadas con problemas, los niños por nacer, los ancianos, los enfermos terminales, las víctimas del terrorismo en nuestro país, pueden ser defendidas, apoyadas y protegidas, sin que tengamos que asumir riesgo alguno.
No hay pues ni siquiera la excusa del miedo. Nada justifica que nos quedemos en casa, maniatados por el tedio, la pereza o la desesperanza. Acudamos con nuestra familia, con nuestros amigos y conocidos, para que nuestra voz y la de los nuestros transforme el 22N en un clamor que llegue a todos los rincones de España y sea escuchado en el mundo entero.
Antonio Torres
Empresario