Un día estaba él enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones. 18 En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. 19 No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. 20 Él, viendo la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados». 21 Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos: «¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?». 22 Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo: 23 «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? 24 Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla, vete a tu casa”». 25 Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. 26 El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas» (Lc 5, 17-26)
Estar paralítico es un sufrimiento, y de los grandes: es una verdadera cruz, aunque no siempre sea una Cruz verdadera. Todos estamos en una camilla porque la Cruz es el soporte donde la vida, toda vida, se aguanta…hasta el final, exactamente como en el caso del Señor.
En la curación narrada por Lucas, tanto monta el paralítico como la camilla; es la presencia de Cristo el argumento clave, lo que hace que se trate de un milagro. Ya es maravilla que un paralítico ande, pero “ver” (en sentido evangélico) andar a Cristo entre pecadores lo es infinitamente más, porque “¿Qué es más fácil, decir…?” y “Coge tu camilla y vete…” (que es lo mismo que “No te vayas sin la camilla”) expresan que la Palabra obra el encuentro del pecador con Dios. Y, claro, esto es ya definitivo para esta vida (“…y vete a tu casa”) y para la otra (“tus pecados quedan perdonados”).
Sólo en el Cielo abandonaremos el sufrir: esta maleta, esta camilla, sin las que no nos es posible la vida. Hasta entonces, únicamente si esta “cruz-camilla” nuestra es tocada por el Cristo de Dios (como en el entierro del hijo de la viuda de Naín, Lc 7, 14), el dolor y el mal se convertirán en gracia y renta para la vida eterna. Quiera Dios concedérnoslas por María.