Chagall nació en la ciudad rusa de Vitebsk, pero es en el París de entreguerras donde su pintura alcanza mayor desarrollo. Allí encontró un mundo artístico totalmente novedoso. Pronto entró en contacto con las vanguardias pictóricas y la bohemia parisina, entabló amistad con Apollinaire, Delanuay, Modigliani…; pudo visitar los grandes museos de la ciudad y las galerías donde se exponían cuadros cubistas, fauvistas y surrealistas que tendrán una influencia definitiva en su arte.
Si bien su obra se hizo un profundo eco de todas las novedades de los movimientos vanguardistas, su pintura siempre ha permanecido un tanto independiente de la de sus coetáneos. Para Chagall la concepción artística es en sí misma un acto espiritual, una búsqueda de Dios y un encuentro con el absoluto. En ella hay también una componente social muy importante, determinada por su condición de ruso de origen judío, en una época de guerras y revoluciones, pero el pintor no concibe de forma separada esta búsqueda de Dios con la búsqueda de cambiar la realidad a través del arte.
“Negamos toda la divinidad, hablamos incluso de su decadencia, pero estamos equivocados. Buscamos algo que pueda parecer reemplazar este sentido divino. Nos preocupamos fría y calculadamente de mejorar la situación material del hombre y su destino. Pero de este modo destruimos frecuentemente en nosotros mismos y en los demás el amor y lo Divino, llamadlo como queráis. Pero así como no se puede crear un cuadro sin amor, en el sentido pleno de la palabra, de igual modo el hombre no puede llevar a cabo una creación social sin esta dosis de amor. He aquí por qué estamos dando vueltas…” (Conferencia pronunciada en Chicago, 1958).
Las dos guerras mundiales condicionan de forma concluyente todo el arte europeo de vanguardia; y, aunque participará en la Revolución Rusa de 1917, Chagall no se adhiere a la actitud combativa y beligerante que adoptan muchas de las vanguardias, sino que con sus obras busca trasmitir una atmósfera de ensueño muchas veces separada de la realidad cruel de la Europa de la primera mitad del siglo XX. Estos principios se reflejan en la Crucifixión Blanca de 1938, enmarcada en el contexto histórico del ascenso del nacionalsocialismo y de la persecución a los judíos.
una humanidad que sufre ajena a la luz salvífica
El panorama político europeo estaba completamente oscurecido en aquel 1938, y Chagall busca iluminarlo a través de su pintura, a través del destello blanco que envuelve al Crucificado de su obra, a través de una cruz, que se presenta como salvación para aquellos que quieran mirarla.
La temática judía que siempre ha estado presente en su obra también aparece aquí, pero ya no es una representación pintoresca de las tradiciones de un pueblo, como sucedía en muchas de sus obras de juventud: en esta Crucifixión se representa el dolor.
Como ruso y como judío, Chagall se ve doblemente amenazado por la Alemania nazi, y esta doble dirección es la que toman los personajes que rodean a Cristo. A su alrededor se sitúa toda una galería de figuras dolientes: revolucionarios con banderas rojas han asolado una aldea, una barca huye llena de gente que gesticula en señal de desesperación; en el primer plano varias figuras intentan huir de la escena, una sinagoga arde en llamas mientras es profanada por un soldado nazi que ha arrojado al suelo los objetos sagrados.
Ahasvero, el judío errante, continua su camino negando la cruz una vez más, mientras a sus pies se encuentra un llameante rollo de la Torah. En la parte superior varios personajes con atuendos rabínicos que representan el Antiguo Testamento se lamentan de la situación caótica de su pueblo. Pero ninguno se vuelve para mirar el rayo de luz, ninguno aún ha vuelto la cara para mirar el rostro de Cristo, que brilla en el centro de la escena, que ilumina el caos con su luz blanca y su gesto sosegado, ninguno busca la iluminación del Nuevo Testamento.
Todo son llamas, confusión y caos: unos se tapan los ojos, otros escapan, otros lloran, pero nadie se vuelve hacia la Cruz en la que descansa el Señor; quizá no hayan reparado todavía en su presencia y sólo abriendo los ojos a la cruz bastaría para que el rayo blanco que la ilumina desde el cielo los iluminara a ellos también.
el Justo condenado para salvar a los injustos
Toda la obra pictórica de Chagall está provista de un tono poético y misterioso, y la Crucifixión Blanca no está exenta de esta carga enigmática que rodea casi toda su producción. Es esta una obra religiosa, pero ¿hecha con qué intencionalidad? El pintor, evidentemente, no pretende hacer un cuadro devocional y, sin embargo, sí un cuadro social, un cuadro que denuncie una realidad injusta, como ya hiciera Picasso con su Guernica un año antes. Las dos obras son contemporáneas y ambas denuncian la misma situación: el absurdo de la guerra, de la Guerra Civil española, de la Gran Guerra que inevitablemente iba a tener lugar en Europa y de la guerra en general. Pero mientras en el Guernica sólo hay desesperación, en la obra de Chagall el tema central no es la denuncia de la guerra o de la injusticia, el tema central es Cristo crucificado por encima de todas esas injusticias, el único justo que fue condenado para salvar con su muerte a la misma humanidad que ahora comete estas atrocidades. La desesperanza era la génesis de la obra de Picasso, mientras la esperanza en la redención de Cristo, que da sentido a todo este sufrimiento, es el mensaje de la obra de Chagall.
Como dijo él mismo en cierta ocasión: “En nuestra vida sólo hay un color, como en la paleta del artista, que nos da el significado de la vida y del arte. Es el color del amor”.