Mi padre ha cumplido 90 años. Es para mí una persona muy importante, un referente que me acerca a la figura de Dios Padre. En estos últimos años se ha puesto enfermo de gravedad en varias ocasiones, pensando incluso en algunos momentos que su vida terrena llegaba a su fin. Han sido muchos los profesionales que han tenido que atenderle, entre ellos yo. ¿Qué les pido a los que le atienden a él o a cualquier otro enfermo de esta edad? ¿Que le cure? Naturalmente no. Les pido que tengan compasión, que no consideren que con edad tan avanzada ya no hay que hacer nada. Esto me ha llevado a escribir una reflexión sobre la compasión.
identificación con la otra persona desde lo más profundo del ser
La raíz etimológica de compasión y de paciente es el verbo latino patior. Paciente es el sujeto que padece un mal, que sufre; mientras que compasión significa sufrir-con, es decir, ponerse en la piel de la persona que sufre. Por tanto, entraña la comprensión del sufrimiento que experimenta otra persona. Es una experiencia subjetiva, personal e intransferible, y es imprescindible en toda persona que debe atender o cuidar a otra. Requiere implicación afectiva y activa frente al sufrimiento ajeno. La indiferencia frente al hombre que sufre imposibilita el ejercicio terapéutico, pues sólo es posible actuar cuando uno integra el sufrimiento del otro en su propio seno.
Beauchamp y Childress definen la virtud de la compasión como “un rasgo que combina una actitud de atención activa al bienestar de otro con una conciencia imaginativa y una respuesta emocional de simpatía, ternura e inquietud profunda ante la desgracia y el sufrimiento de otra persona. Intenta aliviar la desgracia o el sufrimiento ajeno”.
La práctica de la compasión nos hace más humanos, más personas. La compasión desborda hacia una disposición a ayudar, a hacer algún sacrificio por el otro, a esforzarse. Nadie puede ayudar a otro sin entrar con toda su persona en la situación dolorosa, sin asumir el riesgo de quedar dañado o herido. Pero este miedo a salir dañados puede en muchas ocasiones hacer que tratemos de no implicarnos en exceso en el sufrimiento de nuestro prójimo. Estoy convencido de que entregarnos nos ayuda en primer lugar a nosotros mismos. Esto además enriquece nuestra propia comprensión de aquello por lo que nosotros debemos pasar algún día.
signo e instrumento de la misericordia de Cristo
La compasión nos ayuda a darnos cuenta de que nuestros hermanos enfermos no nos son ajenos, sino que son muy importantes para nuestro crecimiento espiritual.
La asistencia compasiva significa además que el paciente que no es posible ser curado por las ciencias médicas, puede y debe ser ayudado y acompañado. Para estas situaciones considero necesario—como expresa la encíclica “Evangelium vitae” de Juan Pablo II— recurrir a la caridad: “cuando la existencia terrena llega a su fin, de nuevo la caridad encuentra los medios más oportunos para que los ancianos, especialmente si no son autosuficientes, y los llamados enfermos terminales puedan gozar de una asistencia verdaderamente humana y recibir cuidados adecuados a sus exigencias, en particular a su angustia y soledad. En estos casos es insustituible el papel de las familias, pero pueden encontrar gran ayuda en las estructuras sociales de asistencia y, si es necesario, recurriendo a los cuidados paliativos, utilizando los adecuados servicios sanitarios y sociales, presentes tanto en los centros de hospitalización y tratamiento públicos como a domicilio”.
Desde la perspectiva cristiana, la compasión la define Pellegrino como «la capacidad de sentir, de padecer junto al enfermo: experimentar algo de la problemática de la enfermedad, sus miedos, ansiedades, tentaciones, su agresión a la persona entera, la pérdida de libertad y la total vulnerabilidad, el enajenamiento que produce o presagia cada enfermedad”.
El otro no es un ser extraño a mi ser, sino una criatura de Dios. La compasión tiene mucho que ver con esta idea de fraternidad. Si el otro es mi hermano, si realmente asumo esta tesis y la integro en mi estructura mental y anímica, entonces no puede serme indiferente el dolor de mi hermano, debo implicarme y tratar de paliar su vulnerabilidad. Si Dios se compadece del hombre a lo largo de su manifestación histórica, el hombre, que es imagen y semejanza de Dios, debe compadecerse de quienes sufren, para realizar su destino y alcanzar su plenitud como ser humano.
“Y al ver a la muchedumbre sintió compasión de ella”
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16). Su compasión con los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio, y tres veces devolvió la vida a los muertos.
Considero la compasión como la virtud necesaria para un trato adecuado a los enfermos. Si no somos capaces de ponernos en el lado del necesitado, si no somos capaces de sufrir con el que sufre, difícilmente podremos implicarnos en su proceso de enfermar.
Desde la experiencia cristiana, el sufrimiento no es accidental, sino que ocupa un lugar central en la vida del ser humano. La imagen cristiana del sufrimiento es la cruz, el lugar que Dios tiene destinado para un encuentro personal con Él. Recuerdo la experiencia de mi párroco D. José. Durante muchos años, predicando la importancia de la cruz, sin haber tenido una experiencia profunda de la misma. Sin embargo, cambió radicalmente cuando le fue diagnosticado un cáncer de esófago. Comenzó a entender a los enfermos, a vivir su dependencia de otros, su limitación. La predicación que nos dio en este tiempo nos confirmaba en la fe. Ante mis dudas en muchas ocasiones de cómo actuar como médico cristiano, me dijo: “Nunca prives a un paciente de la suerte de tener un médico cristiano”. Esto me ha ayudado en muchos momentos difíciles en mi profesión. Por último, cuando ya veía próxima su partida, con la seguridad de que le esperaba la corona merecida, dijo a los que le preguntaban cómo se encontraba: “Estoy peor, pero más cerca de llegar a lo mejor”.
Confío en que toda esta reflexión me ayude a mí personalmente en mi relación con los enfermos, y con todos los que sufren a mi alrededor. Espero que pueda ayudarte también a ti, lector.