En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios» (San (Mateo 16,13-23).
COMENTARIO
En este pasaje del Evangelio de san Mateo, se dice que Jesús estaba preparando a sus discípulos. Están fuera de las fronteras de Israel, en una región marcada por el culto pagano al dios Pan. En la mitología pagana, el dios Pan (el de la flauta) era el protector de las fuentes y los manantiales, habitáculo de las ninfas a quienes el dios pan espiaba entre los juncos y la maleza que siempre acompaña los lugares húmedos y bien regados. En la localidad que visita Jesús junto con sus doce había un templo al dios pan. Lugar algo nefando para los judíos.
Jesús sabe lo que hace. Saca a los suyos de los cofines de Israel y les plantea la pregunta que abemos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Dentro de los confines de Israel, Jesús es un hijo de Abrahán, es un rabí, un poco peculiar es cierto, pero rabí al cabo, puesto que tiene discípulos, enseña con autoridad, hace signos, cura toda clase de males. Y un largo etc.
Pero los discípulos habrán de ser enviados al mundo entero, allí donde los demonios son amos, donde toda la creación está impregnada de leyendas y de seres mitológicos con fuerzas misteriosas que traen al hombre sometido a temores y amenazas, y habrán de responder a la pregunta que hace Jesús.
La respuesta de los discípulos no está muy descaminada. En Jesús hay rasgos de Juan el Bautista (llega un reino decisivo al que hay que responder), de Jeremías más todavía (Joven, enfrentado a los prebostes del templo, amenazado por todos); en todo caso hay evidencias de cercanía con la mejor tradición profética de Israel.
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Frente al mundo pagano, los discípulos no se pueden contentar con generalidades, con opiniones ajenas, o aprendidas. Han de implicarse, echar mano de experiencias propias. Más tarde el discípulo Juan dirá: “Lo que hemos visto y oído, lo que tocaron nuestras manos acerca del Verbo… os lo anunciamos”.
Simón Pero tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Jesús efectivamente es el Mesías, el Hijo. Ve claro que esa confesión de fe, que va más allá de lo que la carne ni la sangre pueden ver ni intuir, es obra de Dios. Jesús percibe lo que es obra del Espíritu Santo. Sobre esa fe que actúa en este momento en Pedro, con la fuerza del Espíritu Santo va a edificar su Iglesia a prueba de cualquier acechanza del Maligno. Jesús le felicita a Pedro porque ve que en él en ese momento obra el Espíritu Santo.
En cambio, más adelante, cuando Pedro le tomó aparte para corregir nada menos que a su Maestro: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte”
Pedro no tiene al Espíritu Santo en propiedad. Jesús le ha felicitado cuando se ha dejado llevar por él, pero ahora se está dejando llevar por otro espíritu. Se está dejando llevar por un pensamiento que no viene de Dios sino de su propia cosecha: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”
Con qué facilidad podemos pasar de ser llevados por el Espíritu a dejarnos conducir por oro espíritu es algo espantable. Como decía un poeta: “sostenme entre tus manos Señor, no las apartes, fuera de ellas, la nada ha extendido sus abismos”.