La Catedral-Mezquita de Córdoba es símbolo de la historia de Hispania-Al-Andalus-España. Una basílica visigótica cristiana es convertida en mezquita, y después la mezquita se transforma en catedral. Porque España ha sido romana, más tarde visigoda, después islámica en su mayor parte y finalmente cristiano-romana de nuevo. Solicitar que la Catedral-Mezquita de Córdoba pase a manos de la Junta supone una involución histórica. Soy andaluz, y he vivido veinte años en Sevilla, diecinueve años en Granada y tres en Málaga, y he presenciado cómo la Junta de Andalucía ha ido fagocitando muchos palacios y grandes edificios. La Junta ha conformado una nueva nobleza, una nueva aristocracia, un nuevo estamento superior que recupera las formas cortesanas de las monarquías absolutas. Al reverdecimiento aristocrático de la Junta se suma la concepción estatalista de corte hegeliano: el Estado soy yo, el Estado lo ocupa todo, suplanta a la sociedad. La catedral-Mezquita es un edificio religioso. El gobierno andaluz no debe apoderarse de él para desacralizarlo o, posiblemente, para devolverlo a los musulmanes que, por cierto, desalojaron la basílica visigótica. Hay un coro jacobino que propone, como un nuevo Mendizábal, desalojar a la Iglesia de sus posesiones. Frente a ese coro no hay que tener miedo. Hay que decir simplemente, con educación, con ciencia y con una sonrisa en los labios: no.
La Catedral-Mezquita
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