Era la menor de los siete hijos una acomodada familia judía. Murió su padre cuando apenas contaba dos años de edad por lo que todo el peso de la familia y de los negocios recayeron sobre su madre, una piadosa y enérgica mujer que se sentía profundamente identificada con la religión tradicional y forzaba a su hijos a no perderse ninguna de las prácticas ritualistas de la sinagoga, lo que, desde muy pronto abrió en la niña el afán de comprender el qué y el por qué de muchas cuestiones cuya mayor fuerza argumental estaba en el peso de la tradición. Siendo aún muy niña, dos tíos suyos se suicidaron, lo que despertó en ella una creciente desolación que la llevó al ateísmo cuando apenas había cumplido los quince años. Ya era entonces una adolescente ávida por saber, muy bien preparada para abordar una brillante carrera académica en la que pronto se distinguió como la más aventajada alumna de Edmund Husserl (1859-1938), celebrado en los más prestigiosos círculos académicos de la época como introductor del método “fenomenológico” de investigación filosófica.
Ya habréis adivinado que nos estamos refiriendo a Edith Stein, hoy conocida como Santa Teresa Benedicta de la Cruz (1891-1942), la misma que, apenas logrado el doctorado en filosofía por la universidad de Friburgo, se enfrenta a su propio maestro Husserl para hacerle ver que aquella su “fenomenología trascendental” derivaría en el más rancio idealismo si no encontraba el apoyo de una verdad primera. Hasta entonces, ella prefiere el materialismo que cuenta con “fenómenos” palpables a la gratuita especulación sobre lo que puede ser y no es. Para otros universitarios, la deriva del “maestro” había significado un punto de acercamiento al catolicismo, que, para Edith, era objeto de respeto pero no de compromiso.
Es en torno a 1920 cuando en la vida de Edith Stein entra un acontecimiento que la marcará definitivamente: es la muerte de uno de sus más apreciados condiscípulos, Adolf Reinach, que, animado por su esposa Ana, se había convertido recientemente al Catolicismo.
Cuando Edith se acerca a consolar a la viuda, ve en ella a una persona resignada por la convicción de que la muerte no significa una separación definitiva y ha de sorprenderse aún más al comprender que es ella misma la más necesitada de consuelo por la pérdida de un cordial amigo. Pasa unos días en casa de Ana, a cuya invitación, lee de un tirón Mi vida de Santa Teresa de Jesús y resultó que la clara y sincera exposición de la singular vivencia de la Santa española fue para la ilustre filósofa, que ya era entonces Edith Stein, un gratificante y certero camino hacia la Verdad. Por demás, consideró que formar parte del cuerpo místico de la Iglesia Católica era la lógica culminación de su identidad judía.
Fue bautizada el 1 de enero de 1922 y, desde entonces, se dedicó al estudio de la obra de los santos doctores de la Iglesia, con especial atención a la obra de Santo Tomás, en quien vio al maestro que estaba esperando. De ahí nació su «Potenz und Akt», y, unos años más tarde, el «Ser Finito y Ser eterno» (Endliches und Ewiges Sein) en los que se puede ver una oportuna actualización de la Tradicional Filosofía católica a base de ofrecer una lectura de Santo Tomás a través del innovador método de la “fenomenología trascendental” de Husserl.
Es en 1933 cuando, para disgusto de su madre, que no la perdona su “apostasía”, Edith Stein renuncia al mundo para ser admitida en el Convento de las Carmelitas Descalzas de Colonia, en donde se trasforma en Sor Teresa Benedicta de la Cruz.
Vienen de seguido las persecuciones de Hitler y su nacional-socialismo contra los judíos, lo que aconseja el traslado de Sor Teresa Benedicta de la Cruz a Holanda, en donde sus superiores la ven medianamente segura hasta que, en 1942, las fuerzas nazis de ocupación extienden las órdenes de arresto y deportación a los judíos conversos.
Ya por entonces, por encargo de sus superiores, Edith Stein, la hermana Teresa, había escrito su obra cumbre, la “Ciencia de la Cruz”, en la que expresa un aceptado camino de inmolación, incluida la probable entrega de la propia vida por la conversión de los pecadores, la liberación de su pueblo y la paz del mundo con una vuelta atrás de los desafueros nazis.
Son los nazis los que el 2 de agosto de 1942, violando la clausura del convento, apresan a sor Teresa Benedicta de la Cruz y a su hermana Rosa, hermana carmelita lega, para, de inmediato conducirlas al campo de concentración y exterminio de Auschwitz, en donde, siete días más tarde, sufren el martirio, pasando por la cámara de gas con el resto de sus compañeros de infortunio.
El 1 de mayo de 1987, en la ceremonia de beatificación, San Juan Pablo II, la presentó al mundo como “una filósofa preocupada en su vida por la búsqueda de la verdad y su vida fue iluminada por la cruz». «En los años en que estudiaba en las universidades de Breslau, Göttigen y Freiburg», siguió diciendo el Santo Padre, «Dios no jugaba un papel importante inicialmente, su pensamiento estaba basado en la exigencia del idealismo ético. Junto con sus habilidades intelectuales, no quería aceptar nada sin una cuidadosa investigación. Quería ir al fondo de las cosas por ella misma, estaba comprometida en una constante búsqueda de la verdad. Mirando atrás en su período intelectual, DESCUBRIÓ una importante frase en su proceso de madurez espiritual: ‘Mi búsqueda de la verdad era una constante oración’; esto es un confortante testimonio para aquellos que tienen dificultades para creer en Dios. La búsqueda de la verdad es en sí misma, en un sentido muy profundo, búsqueda de Dios».
Esa singular pensadora del siglo XX fue canonizada por el mismo San Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998, para declararla co-patrona de Europa el 12 de julio del año siguiente.
En consecuencia, los católicos de hoy en santa Teresa Benedicta de la Cruz con el extraordinario ejemplo de una gran mujer que aplicó todo sus saber entender a buscar la verdad hasta que “vio en la ciencia de la cruz el culmen de toda la sabiduría».
Antonio Fernández Benayas