En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad» (San Mateo 16, 28-28).
COMENTARIO
Como si contestara a la pregunta que la Sabiduría hace acerca de “¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?”, San Pablo escribió que él creía tener también el “pensamiento” del Señor. El texto de Sab. 9,13ss conecta perfectamente con el Evangelio de hoy y con una frase del Señor Jesús en el lavatorio de los pies (Jn 13,13s). Los mismos discípulos reconocen en él al Señor y al Maestro, ambas cosas a la vez. Lo mismo que hizo Santa Teresa de la Cruz, antes Edith Stein.
Edith Stein fue judía, discípula de Husser y otros grandes pensadores del XX, atea… y conversa. En el Carmelo cambió su nombre de pila por otro que hace mucha más justicia a su biografía como mujer y filósofa: Teresa Benedicta de la Cruz representa lo hondo de la auténtica sabiduría: la que anunciaba Pablo, la de la Cruz, que no sólo no niega el pensamiento humano que busca la Verdad, sino que se le hace encontradiza. La búsqueda de la Verdad se transformó en esta virgen prudente en su plena posesión, al encontrar al Maestro, que es también Señor de la vida y de la muerte. Su martirio en Auschwitz le abrió de par en par las puertas al banquete con el Esposo, que había ido a la cámara de gas a buscarla.