En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: – «¿Entonces, qué hacemos?»
Él contestó: – «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.»
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: – «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?»
Él les contestó: – «No exijáis más de lo establecido.»
Unos militares le preguntaron: – «¿Qué hacemos nosotros?»
Él les contestó: – «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.»
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no seria Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: – «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.»
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio. Lucas 3, 10-18
Hay un tema a lo largo de los Evangelios que se repite sin cesar aunque en formulaciones diferentes. En el Evangelio de hoy se nos manifiesta con diáfana clarividencia. Nos habla de la relación existente entre la libertad respecto a tus bienes y la caridad. Cuando la caridad predomina sobre el propio interés, surge victoriosa la libertad interior para acoger la Buena Noticia de Jesús. Cuando la caridad está constreñida por la avaricia, también constreñida queda la libertad. En este caso todas las palabras de Jesús quedan en tela de juicio y desvalorizadas por unas casuísticas que nada tienen que ver con la búsqueda de la verdad, sino con la afirmación de tus cosas, tus bienes, que en general son intocables. Reducimos la libertad ofrecida por el Evangelio a las migajas que damos a los pobres. ¡Perfecto, ya hemos cumplido! He ahí la justificación de quien así actúa. Por si fuera poco, ante la proclamación del compartir con los pobres los bienes, se echa mano de la burla, como hacían los fariseos con Jesús. “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará a otro, o bien se entregará a uno y despreciará a otro. No podéis servir a Dios y al Dinero. Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos que eran amigos del dinero, y se burlaban de él” (Lc 16.13-14).